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Oh, Señor mío!, dije yo entonces, ¡a cuánta miseria y fortuna y desastres estamos puestos los nascidos, y cuan poco duran los placeres de esta nuestra trabajosa vida! Heme aquí, que pensaba con este pobre y triste remedio remediar y pasar mi laceria, y estaba ya cuanto que alegre y de buena ventura.

Disimuló, no obstante, y dijo: Pues que del relato de vuestra historia estamos pendientes, seguidla, que ya veis con cuánta atención y buen deseo os escuchamos. No ha de ser sin que vos acabéis vuestro relato, señora, dijo Margarita, que lo que del mío queda, aunque sea bien doloroso, es harto breve.

La extraviada imaginación de Mariano veía a este personaje cual si fuese un resumen de todas las altas categorías y la cifra del encumbramiento personal. «¡Cuánta pillería!», exclamó para .

Comenzó luego la invidia a apoderarse de los pechos de los que se habían de probar en los juegos, viendo con cuánta facilidad se había llevado el extranjero el precio de la carrera.

Tomasa hablaba del niño del zapatero a los buenos señores del cabildo que después del coro se detenían un momento en el jardín. La oían distraídos, hundiendo su mano en la sotana. ¡Todo sea por Dios! ¡Cuánta miseria...! Y unos la daban diez céntimos, otros un real; hasta hubo quien llegó a dar una peseta.

La teología mística, en lo esencial, y dentro de la más severa ortodoxia católica, tenía que ser la misma en todos los autores; pero ¿cuánta originalidad y cuánta novedad no hay en los métodos de explicación de la ciencia? ¿Qué riqueza de pensamientos no cabe y no se descubre en los caminos por donde la Santa llega a la ciencia, la comprende y la enseña y declara?

Correr a su lecho, registrar cobertores y sábanas, mirar por detrás de la cama, sondar los colchones y el somier, sacudir los muebles próximos, y poner patas arriba cuanta cosa había en el cuarto, fue obra de pocos instantes. ¡Pero nada! ¡nada! ¡nada!

No sirve ya díjole ésta después de mirarle un momento ; puede usted tirarle, si quiere. Y Leto, sin más ni más, le tiró, por pura obediencia. Ya se ve el balandro dijo al mismo tiempo. ¿Cuál es? preguntó Nieves. La única embarcación de aquellas cuatro, que está aparejada. ¡Cuánta vela tiene! Cuantas hay en casa.

Personas de todas edades y condiciones, cuanta gente volvía de pasear ó de la novena, se plantaba al pie del balcón hasta que nosotros nos retirábamos.... Y vea usted, qué demonio: en cuanto llegó á hacerse de moda en aquella calle la reunión del pueblo, nos prohibió tocar el señor Corregidor. Yo no qué se corría entonces por la ciudad sobre francmasonería.

Al principio pedía agua con voz angustiosa por debajo de la puerta. Después ya no quiso suplicar, conociendo de antemano la respuesta: Era un tormento calculado: le ofrecían agua cuanta quisiera, pero luego que delatase los nombres de los culpables, afirmando lo que no sabía.