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18 Y aconteció al tercer día después que yo di a luz, que ésta dio a luz también, y morábamos nosotras juntas; ninguno de fuera estaba en casa, sino nosotras dos en la casa. 23 El rey entonces dijo: Esta dice: Mi hijo es el que vive, y tu hijo es el muerto; y la otra dice: No, mas el tuyo es el muerto, y mi hijo es el que vive. 24 Entonces dijo el rey: Traedme un cuchillo.

Dejándolos luego exclamó: ¡Traedme mi vestido! ¡Traedme mi dengue, mi saya de estameña, mis corales!... ¡No quiero más estos trapos! Y con tal ímpetu comenzó á despojarse de su rico traje que en vez de quitárselo lo desgarraba. La seda crujía entre sus dedos robustos de paisana. Al cabo entró en su cuarto y pocos instantes después salió vestida de aldeana.

Además, en esta carta de vuestro difunto hermano que me habéis dado, se dice que existe un cofre sellado. ; , señor. ¿Dónde está ese cofre? Le tengo yo. Traedme ese cofre esta misma noche. ¡Ese cofre, señor! ¿pero no sabéis que es un secreto? Para la Inquisición no hay secretos. ¡La Inquisición! exclamó aterrado Montiño.

Pues ya que de escuderos habláis, dijo el barón cuando cesó la risa provocada por los recuerdos de Sir Oliver, debo decir á los míos que hoy mismo tendrán brillante ocasión de acreditar su valor y de imitar el ejemplo que les han dejado nobles antecesores. Id á la cámara, muchachos, y traedme mi arnés; el señor de Butrón y yo nos armaremos aquí, sobre cubierta, con vuestra ayuda.

Ella se sonrió y guardó silencio. En seguida le volvieron los dolores; se agitó, rechinó los dientes, pero no exhaló una queja. ¿Quieres que llame a Roberto? Ella dijo que por señas. Traedme también al niño murmuró. Accedí a su pedido. Hizo colocar a la criaturita en su cama a su lado y la contempló por largo rato. Trató también de besarla, pero estaba demasiado débil.

11 Por el Señor es hecho esto, Y es cosa maravillosa en nuestros ojos? 12 Y procuraban prenderle, mas temían a la multitud; porque entendían que decía contra ellos aquella parábola; y dejándole, se fueron. 15 Entonces él, como entendía la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea.

«A la madre Misericordia, abadesa de las Descalzas reales . Del duque de Lerma . En propia manoId, id, Montiño dijo el duque ; id, llevad esa carta al momento á su destino, y traedme la contestación. Montiño salió casi sin despedirse del duque por obedecerle mejor, y su excelencia se quedó murmurando: ¿Qué habrán ido á hacer mi hija y Quevedo á las Descalzas reales?

En todos los hombres que se le acercaban creía reconocer a don Diego; en todas las mujeres a la señora Chermidy. Sus discursos confusos eran una mezcla de frases de cariño y de imprecaciones. A cada momento preguntaba por su hijo. Le presentaban al pequeño marqués y lo rechazaba con disgusto diciendo: «No es éste. Traedme a mi hijo mayor, al hijo de esa mujer.

Entonces el alcalde llamó a un hombre de los que estaban en el corro, que al parecer servía de pregonero en el lugar, y tal vez de verdugo cuando se ofrecía, y dijóle: Gil Berrueco, id a la plaza, y traedme aquí luego los primeros dos asnos que topáredes; que, por vida del rey nuestro señor, que han de pasear las calles en ellos estos dos señores cautivos, que con tanta libertad quieren usurpar la limosna de los verdaderos pobres, contándonos mentiras y embelecos, estando sanos como una manzana y con más fuerzas para tomar una azada en la mano, que no un corbacho para dar estallidos en seco.

-Como me lo pregunta este señor -respondió ella-, no pude dejar de respondelle. -Ahora bien -dijo el cura-, traedme, señor huésped, aquesos libros, que los quiero ver. -Que me place -respondió él. Y, entrando en su aposento, sacó dél una maletilla vieja, cerrada con una cadenilla, y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de mano.