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Los movimientos reprimidos, voluptuosos del tango ofrecían ahora un carácter lúgubre; parecía el baile de la viuda india en torno de la hoguera donde va á ser sepultada. Los tertulios se callaban; estaban inquietos y tristes y sacudían la cabeza deplorando la escena. Al cabo dos lágrimas se desprendieron de los hermosos ojos de la bailadora y resbalaron lentamente por sus mejillas.

La señora Crackenthorp, pequeña mujer que pestañeaba un ojo y agitaba continuamente sus encajes, sus cintas y su cadena de oro, volviendo la cabeza a derecha e izquierda, haciendo así ruidos reprimidos que se parecían mucho al gruñido de un cerdo de la India cuando contrae el hocico y monologa ante cualquier reunión, la señora Crackenthorp, digo, pestañeó entonces y continuó agitándose al volverse hacia el squire; después, por fin, respondió: ¡Oh, no; no me ofendéis!...

Como de costumbre, jugaba al tute con la madre; como de costumbre, hablaba con Juanita en conversación general, y Juanita hablaba igualmente y le oía muy atenta manifestándose finísima amiga suya y hasta su admiradora; pero, como de costumbre también, tas miradas ardientes y los mal reprimidos suspiros de don Paco pasaban sin ser notados y eran machacaren hierro frío, o hacían un efecto muy contrario al que don Paco deseaba, poniendo a Juanita seria y de mal humor, turbando su franca alegría y refrenando sus expansiones amistosas.

Era menester morir o vencer en la demanda. Los respetos sociales, la inveterada costumbre de disimular y de velar los sentimientos, que se adquieren en el gran mundo y que pone dique a los arrebatos de la pasión, y envuelve en gasas y cendales y disuelve en perífrasis y frases ambiguas la más enérgica explosión de los mal reprimidos afectos, nada podían con Pepita, que tenía poco trato de gentes, y que no conocía término medio; que no había sabido sino obedecer a ciegas a su madre y a su primer marido, y mandar después despóticamente a todos los demás seres humanos.

Julia también cruzó sin mostrar que reparaba en él; mas a los pocos pasos volvió la cabeza, y a espaldas de su madre le envió una sonrisa y le hizo una serie de muecas y saludos afectuosísimos, aunque reprimidos; después con rápido y gracioso ademán acercó la mano al pecho, arrancó un clavel que llevaba y lo tiró al suelo.

El anciano obispo hablaba con extraordinaria calma, haciendo largas pausas al final de los períodos, lo que prestaba a su discurso gran majestad. Su voz era dulce y clara y sonaba en la nave silenciosa del templo como una música suave. Entretúvose a trazar con terrible exactitud los pormenores de la vida religiosa, desplegando ante la vista de la joven todo el aparato de mortificación que arrastra consigo; los placeres del mundo, olvidados por entero; los sentidos, contrariados; los afectos terrenales, hasta los más puros, reprimidos. Y eso no un día, ni un mes, ni un año solamente, sino todos los días, todos los meses y todos los años hasta la hora de la muerte, buscando siempre con afán el dolor como otros buscan el placer. Mas después de pintar el cuadro sombrío de la mortificación, pasó a expresar con elocuencia los puros y vivos goces que dentro de ella se encuentran. ¡Abandonarse en los brazos de Dios como el niño en los de su madre, para que haga de nosotros lo que quiera! ¡Hallar a Dios en el fondo de las amarguras y dolores, unirse a

Al menor descuido, Demetria se escapaba á la cocina y departía familiarmente con las criadas y aun retozaba con ellas. La misma D.ª Beatriz, por sus propios ojos, la vió pellizcar á la cocinera y recibir de ésta en cambio algunos azotes y liarse y triscar como becerras, todo entre groseras carcajadas y gritos reprimidos.

Como tal vez las nieves detienen y con la misma detención prestan más brío a la virtud germinal de la primavera, la cual aparece de súbito y da razón de cubriendo los árboles de verdura y los campos de flores, así el anhelo de amar y todo el ser apasionado del virgen corazón de nuestra heroína despertaron de repente, reprimidos hasta entonces por la prudencia, y como dormidos hasta los veintiocho años.

Contempláronse unos instantes, ella con expresión maliciosa y triunfante, él con gratitud y gozo reprimidos. ¡Si siempre lo he dicho yo! ¡Si no hay otra como mi nena para saber querer!... Ven aquí, deja que te las gracias, rica mía; deja que te adore de rodillas.

Llévale la cascarilla a mi madre... dile que me duele la cabeza... no le digas la verdá, por el alma de quien más quieras.... que no se hará ella de cargo.... Amparo se quedó algo tranquila: sólo a veces un dolor lento y sordo la obligaba a incorporarse apoyándose sobre el codo, exhalando reprimidos ayes. Ana corría, corría, sin cuidarse de la lluvia, hacia la ciudad.