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Fijaba la vista en sus labios: las cerezas no eran tan rojas ni tan frescas: la llevaba más tarde á su cuello, y aquella línea blanca ondulante donde su negra cabellera se deshacía gradualmente en vello finísimo como una armonía fugitiva que se pierde en el espacio, le parecía un sueño más que una verdad tangible. «¡Qué hermosa! ¡qué hermosamurmuraba con la unción de un místico que dice sus preces. ¡Y eso que aún faltan los ojos, las dos lámparas maravillosas, como yo los llamo!... De buena gana se hubiese prosternado y permaneciera así velando su sueño.

Como antes de haber conocido a la Condesa, su pensamiento era obscuro, confuso, se perdía. La milagrosa florescencia que había brotado de todos los pliegues de su alma se marchitaba y deshacía. En otros tiempos, su corazón, cerrado a todos se complacía en su propia avidez; pero una vez que ya había recibido la simiente, se sentía amargado por un rencor infinito. El joven resolvió viajar.

¡Dame! dijo la reina con ansia ; dame las tijeras y siéntate á mis pies. La joven, admirada y confusa, se sentó á los pies de la reina sobre un taburete de terciopelo. ¡Oh, y qué hermosos cabellos tienes! dijo Margarita de Austria ; tus cabellos me van á salvar, Clara. Y la reina deshacía con mano trémula las gruesas trenzas negras de doña Clara. ¡Oh!

Púsose luego á enseñar á los indios todos los oficios mecánicos, á desmontar los bosques, á labrar la tierra y á manejar los arados para cultivarla; con los enfermos, viejos y estropeados, tenía entrañas y ternura de madre; no había cosa que por ellos no hiciese; con los bárbaros que se convertían de nuevo, se deshacía en afectos de caridad, no sabía apartarse de su lado, parecía que se los quería meter dentro del corazón; y por bárbaros que fuesen, no dejaba de hacer con ellos semejantes demostraciones, no mirando en ellos lo que parecían en el exterior, sino el valor de sus almas, compradas por el Redentor con el precio de toda su sangre.

No hay duda que así, varonilmente desaliñado, húmeda la piel de transpiración ligera, terciada la escopeta al hombro, era un cacho de buen mozo el marqués; y sin embargo, despedía su arrogante persona cierto tufillo bravío y montaraz, y lo duro de su mirada contrastaba con lo afable y llano de su acogida. El capellán, muy respetuoso, se deshacía en explicaciones.

La cuesta era ardua, el camino como de cabras; pavorosos acantilados a la derecha caían a pico sobre el mar, que deshacía su cólera en espuma con bramidos que llegaban a lo alto como ruidos subterráneos. A la izquierda los tomillares acompañaban el camino hasta la cumbre, coronada por pinos entre cuyas ramas el viento imitaba como un eco la queja inextinguible del océano. Ana subía a paso largo.

Para esperar asedio, como esperábamos, no se acertó á dejar ir esta gente. Harto mejor fuera estivar las galeras, fragatas y barcos, y de toda la gente inútil y heridos inviarlos á Sicilia, y retener los sanos y gobernarlos de manera que se sustentaran para poder servir. Desta manera se aventuraban á salir las galeras y se deshacía de la gente que empachaba.

El periodista-fraile, apesar de todo su respeto á la gente de cogulla, se las tenía siempre con el P. Camorra á quien consideraba como un semi-fraile muy simple; así se daba aire de ser independiente y deshacía las acusaciones de los que le llamaban Fray Ibañez. Al P. Camorra le gustaba su adversario: era el único que tomaba en serio lo que el llamaba sus razonamientos.

Procuraba aquí el apostólico Padre poner forma á las cosas de la reciente iglesia; pero el demonio, que soplaba en el corazón de los apóstatas, cuanto el buen Padre trabajaba en muchas semanas, lo deshacía en pocas horas; y por apéndice de estos desastres, tuvo noticia de que los Tobas, cruelísimos enemigos de Dios y de los españoles, vistos sus intentos, se habían puesto en armas, y en gran número venían destruyendo el país; con lo cual, esperando de hora en hora sus furias, se esforzaban á recibir con gran ánimo la muerte si fuese voluntad de Dios Nuestro Señor, imitando á sus súbditos, de quien corría fama que habían caído en las manos de aquellos malvados y sido muertos con crueldad igual á su fiereza.

Perezoso y sin voluntad, incapaz de desplegar actividad intelectual y de disfrutar de los placeres más nobles del alma, ascendió al trono esta sombra de Rey, que se deshacía á las llamas del último auto de fe, mientras los dominios españoles, unos tras otros, pasaban á manos extrañas, y mientras sus parientes de las casas de Borbón y de Ausburgo esperaban inquietos ocupar la herencia vacante.