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Por el muro exterior trepaba un frondoso jazmín a la sazón en plena florescencia y cuyas ramas penetrando algunas veces en la estancia embalsamaban el ambiente con el fragante aroma de sus flores. Magdalena, como todo temperamento nervioso, adoraba las flores y sus perfumes, que por cierto le eran muy perjudiciales, y pidió que le diesen su jazmín acostumbrado.

Cuando fuese casada cultivaría la tierra, como las otras: su blancura de flor se marchitaría, amarilleando; sus manos se tornarían negras y escamosas; acabaría siendo igual a su madre y a todas las payesas viejas, una hembra esqueleto, retorcida y nudosa, lo mismo que un tronco de olivo... Febrer entristecíase con estos pensamientos como ante una gran injusticia. ¿De dónde habría sacado este retoño el simple Pep, que estaba a su lado? ¿Por qué obscura combinación de raza había podido nacer Margalida en Can Mallorquí?... ¿Y habría de agostarse esta florescencia misteriosa y perfumada del tronco payés lo mismo que los otros brotes rudos que crecían junto a ella?...

Según él mismo dio a entender, era persona notable y acaudalada, hombre de gran mérito, que todo se lo debía a mismo, pues abandonado de sus nobles padres y desheredado por sus nobilísimos abuelosmiserias y bribonadas del mundo y de la ley!), había tenido que crearse una posición con su ingenio y su trabajo. Motivos diferentes halló Isidora en su nuevo amigo para sentir hacia él simpatía y antipatía, en porciones casi iguales, porque si bien aquello de ser hijo natural y abandonado, víctima del egoísmo de sus padres, le hacía sobremanera interesante, en cambio sus modales y su lenguaje eran de lo más soez y chabacano que imaginarse podría. Su figura hermosa, juvenil y hasta cierto punto elegante, que recordaba la de Joaquín Pez, perdía todas sus ventajas con lo que del alma salía a los labios de tan singular criatura, en esa florescencia del ser que se llama conversación. Por momentos Isidora le encontraba agradable, por momentos aborrecible.

Por eso sin duda, muchos autores violentan la serena sencillez de su idioma, obligándole á producir una florescencia atormentada, de invernáculo, y hacen de ello su mayor mérito. Buscan ocultar de tal modo, bajo la frondosidad forzada del lenguaje, la anémica pobreza de la historia que cuentan.

Pilar Gonzalvo era tolerada en las casas distinguidas de Madrid; ser tolerado es un matiz del trato social, y otro matiz ser admitido, como su hermano lo era: más allá del tolerar y del admitir queda aún otro matiz supremo, el festejar; pocos gozan del privilegio de que los festejen, reservado a las eminencias, que no se prodigan y se dejan ver únicamente de año en año, a los banqueros y magnates opulentos, que dan bailes, fiestas y misas del gallo con cena después, a las hermosuras durante un breve y deslumbrador período de plena florescencia, a los políticos que están en puerta como los naipes.

Era la tisis, rápida, brutal, fulminante, esparciendo el tubérculo con la florescencia fecunda de la plaga: la tisis en forma sofocante, la terrible granulia que surgía a consecuencia de una fuerte emoción en este organismo pobre, abierto a todas las enfermedades, ávido de incubarlas.

Se inclina sobre el alféizar y silba un aria hundiendo sus miradas en la sombra. Debajo de él, el manzano en plena florescencia balancea la masa blanca de sus flores. ¡Cuántas veces, siendo niño, ha trepado por sus ramas! ¡Cuántas veces, cansado de jugar, se ha apoyado en el tronco, perdido en un sueño, mientras las hojas le susurraban lindas historias!

No lo sabía, no quería saberlo, no lo sabré nunca. ¿Se necesita acaso conocer las leyes físicas que determinan la tempestad para gozar de su aspecto soberbio? Aquello era una mezcla de la violenta vegetación alpina y de la exuberante florescencia tropical. Costeábamos la montaña por una estrecha senda practicada en su flanco.

en la niebla del recuerdo melancólica perdura desolada la memoria que en un vuelo de amargura reconstruye la sangrienta florescencia de tu duelo, no perturbe de tu llanto la corriente inagotable 10 la salmodia del tributo que se eleva inmensurable de la patria, en la piadosa gracia cándida de un vuelo.

Vió á un sanitario que con la espalda apoyada en un tronco iba á devorar un pan y un pedazo de embutido. Sus ojos envidiosos examinaron á este hombre, grande, cuadrado, de mandíbula fuerte cubierta por la florescencia de una barba roja. Avanzó con muda invitación una moneda de oro entre sus dedos.