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¡Señor de la justicia! ¡Mucha maldad hay por el mundo adelante! Conocido este estado de la opinión pública, puede comprenderse el efecto que produjo en la Fábrica un rumor que comenzó a esparcirse quedito, muy quedo, y como en el aria famosa de la Calumnia, fue convirtiéndose de cefirillo en huracán.

Currita se vistió en breve tiempo, y mientras tanto dábale conversación la Valdivieso, ponderándole la voz y la hermosura de Miss Jesup y lo bien que había estado Stagno la noche anterior en Un ballo in maschera, sobre todo en el aria final, cuando lo asesinaban. Paco Vélez se lo había dicho. Oye, y a propósito de muertos... ¿Te contestó ya la madre de Velarde?

En el camarote del capitán, un inglés, con blanco casco a la cabeza, rodeado de damas que bebían cognac, tocaba melancólicamente en la flauta el aria de «Bonnie Dundée». Eran las once cuando bajé a mi cámara.

Pero observé al cabo de pocos días que, aunque tomaba y soltaba con indiferencia distintos trozos de ópera y zarzuela deshaciéndolos y pulverizándolos entre resoplidos y gruñidos, el pasaje que con más ardor acometía y más a menudo, era uno de Los Puritanos; me parece que pertenecía al aria de barítono en el primer acto.

Terminada la romanza, empezó el aria del cuarto acto de La Africana.

Pueyo era una gran figura en la andante literatura de esta época: él fué el único que creyó en Siles, el que en los cafés solitarios nos hacía leer nuestros versos, después de escuchar un aria de Marina o el raconto de Lohengrin. Entonces se conmovía mucho y confesaba que él también había escrito versos en su juventud.

El lunes pasado, justamente el día que murió Velarde, cantó en casa de Alcocer el rondó final de Cereréntola... ¡Chica! En mi vida he oído cosa igual: va a tener un succés asombroso... Conque vístete y vámonos, que no quiero perder el aria final del primer acto... ¡Chica! ¡Qué gran verdad aquella!... Yo me la apropio. Y se puso a cantar con malísima voz y detestable oído el

Pero observé al cabo de pocos días que, aunque tomaba y soltaba con indiferencia distintos trozos de ópera y zarzuela deshaciéndolos y pulverizándolos entre resoplidos y gruñidos, el pasaje que con más ardor acometía y más a menudo, era uno de Los Puritanos; me parece que pertenecía al aria de barítono en el primer acto.

Cantamos, reunidos en la corte, en la pieza Arturo de Bretaña, una grandiosa escena musical donde yo representaba un tirano furioso y Farinelli a un joven príncipe que aquél tenía preso y cuya muerte decreta el tirano. Empecé cantando un aria del tirano... Era magnífica... era un tirano como nunca se había visto.

Pero mamá dijo Amparo , si esto que cantaba es el Aria de las joyas. Muy bonita.... Pues fuera el aria. Canta algo más alegre. Eso de El dúo de la Africana, que gustó tanto en casa de «las magistradas». Bueno exclamó Concha con rudeza . Ahora El dúo. Una cosa que están cansados de tocar todos los organillos. Pues señora, eso. Tu tío no va al teatro, y tendrá gusto en oírlo.