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Esta puerta da a un pasadizo oscuro, por donde entran, como por una cerbatana, gritos estridentes, alaridos, bramidos, imprecaciones, carcajadas, cantares, ruidos; son de cadenas que se arrastran, chasquidos de puertas que se cierran, una tempestad continua de sonidos discordantes, secos, desentonados, agudos, horribles; algunas veces, de noche, muy tarde, suele avanzar, jadeante y cansado, por decirlo así, un canto triste, dulce, suspirante, siempre el mismo, cuyas palabras, no se entienden, pero cuyo sentimiento se adivina; canto con el que vuela por la estrecha crujía, apagándose, perdiéndose, gastándose al rozar las paredes, el alma de un ser que llora cantando: suave oleada que se escapa de un océano de sentimiento, y que acaricia mi alma y la consuela.

Imposible es referir los vaivenes, las convulsiones, los bramidos con que se manifestaba la pasión colectiva del inmenso pólipo difundido allí, comprimido con estrechez en aquel recinto. El monstruo oprimió con su más fuerte músculo la puerta de la casa.

Después del asado desaparecieron los camareros, y todas las luces se apagaron de golpe. Esta obscuridad absoluta provocó, luego de un silencio de sorpresa, gritos y silbidos. Los malintencionados imitaban en las tinieblas chasquidos de besos; otros lanzaron bramidos de animales. Pero el estruendo fue de corta duración.

El aspecto de la habitación, tan austero que rayaba en lo pobre; su puerta y las inmediatas, cerradas con llave; aquel hombre extenuado, envuelto en un ropaje burdo y desaliñado, sobre el que destacaban la cara lívida, de ojos hundidos y relucientes, y las manos cadavéricas; aquella alacena de fondos negros, y en otro fondo de ella, más negro aún, una caja de hierro oculta por una trampa más o menos ingeniosa; una luz tétrica iluminando la estancia, y fuera de ella los bramidos del huracán, me estaban pareciendo en conjunto un pasaje de melodrama, en el cual desempeñaba yo un papel de galán joven, protegido del desalmado usurero, por uno de esos incomprensibles antojos del corazón humano.

El oleaje rompía y entremezclaba los reflejos de los astros, haciendo danzar estas luces sin calor, lo mismo que fuegos fatuos. Volvió a lanzar sus bramidos el Goethe en la noche serena, manteniendo su marcha lenta, cual si no se atreviese a avanzar solo. Después de la comida se agolparon los pasajeros en las bordas, atraídos por una novedad.

¡Las medialunas!, ¡las medialunas! gritó la concurrencia entera. El alcalde repitió el grito. Salieron aquellas armas terribles y el toro quedó en breve desajarretado; el dolor y la rabia le arrancaban espantosos bramidos. Cayó por fin muerto, al golpe del puñal que le clavó en la nuca el innoble cachetero. Los chulos levantaron a Pepe Vera.

Para suplir la intermitencia de los bramidos de la chimenea, la campana del vapor tintineaba incesantemente, movida por un grumete. Este repiqueteo, semejante a un toque de misa, excitaba aún más la nerviosidad de las señoras. Criticaban muchos al capitán porque seguía adelante, exponiéndolos a un choque con otro buque o a encallar en los bajos del río.

Algunos minutos después el bramido se oyó más distinto y más cercano; el tigre venía ya sobre el rastro, y solo a una larga distancia se divisaba un pequeño algarrobo. Era preciso apretar el paso, correr, en fin, porque los bramidos se sucedían con más frecuencia, y el último era más distinto, más vibrante que el que le precedía.

El furor del loco no tuvo límites. Convulso, rechinando los dientes, con los ojos encendidos, se arrojó sobre el burlador; pero los demás le sujetaron. El pobre demente comenzó entonces a lanzar bramidos que nada tenían de humanos. En aquel instante se oyó en el corredor la voz irritada de Clementina. ¿Qué es eso? ¿Qué hacen ustedes a papá?

El buen señor no oyó, pues, los fúnebres maullidos del gato; no le vio entrar en la estancia con los bigotes tiesos, el lomo erizado, los ojos como esmeraldas atravesadas de rayos de oro, las uñas amenazantes: no le sintió saltar y hacer locuras cual si perdiera el juicio o estuviese tocado de mal de amores; no oyó sus horribles lamentos, seguidos de roncos bramidos, ni presenció la ferocidad con que a la postre se lanzó fuera, escalando la pared, cayendo, levantándose, subiendo por un poste, precipitándose por oscuros agujeros, para reaparecer luego desesperado y jadeante.