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¡Robarte! murmuró, con una perversa expresión de odio desenfrenado en su grosera cara pálida. ¡Robarte! silbó pronunciando un sucio juramento, ¡más que eso voy a hacer! ¡Voy a ponerte donde tu maldita lengua no vuelva a moverse más, y donde no podrás decir la verdad!

¡Bah! ¡Bah! silbó de nuevo Perico, indicando su desdén hacia todo sentimentalismo, ensueño o análoga nimiedad amorosa . Eso no vale nada, nada... como no le esperen a Miranda peores ratos... tiene bemoles, bemoles, eso de torcerse una pata, y esperarse dos días a que la enderecen, enderecen... dejando a su novia andar por esos mundos.... Es divino, divino.

En torno de Ayartiaga no se oía más que el estridente rodar de alguna carreta mal engrasada y el apacible silbo del viento, que se complacía en cimbrear suavemente las cañas de los maizales, fingiendo oleadas entre el verdor de los cerros. El pueblo, formado por dos líneas de pobrísimas casas tendidas a lo largo de la carretera, no había despertado aún.

El padre se durmió, por último, pero con un sueño que asustó bastante a su fiel criado; sueño fatigoso, acompañado de un ronquido o silbo a manera de estertor. Su rostro estaba demudado y más pálido y ojeroso que ordinariamente. Ramón, con todo, tal respeto tenía a las órdenes que su amo le daba, que no se atrevió a llamar al médico. Tampoco se atrevió a despertar al Padre.

A veces oíase un silbo peculiar y luego una chirriante crepitación, cual si una pella de sebo cayera sobre las brasas, y Ramiro escuchaba encima de su cabeza soeces exclamaciones y carcajadas espantosas que desconcertaban su entendimiento.

El junquillo del joven silbó al mismo tiempo en el aire y fué á cruzar la mejilla del mayordomo. Oyóse una exclamación de rabia. Pedro alzó la mano, y el señorito rodó por el suelo sin sentido. ¡Oh, qué bárbaro, le he matado, le he matado! profirió el mayordomo inmediatamente acercándose á su agresor. ¡Es un chico tan débil!... Y arrodillándose en el suelo levantó suavemente la cabeza del herido.

En tu calvario eras ayer el astro solitario que alumbraba los campos de batalla, la dulce aparición, rizo del cielo, que infundía a los mártires consuelo, valor al héroe y miedo a la canalla. ¿Quién no sintió huídas sus congojas repasando tu libro en cuyas hojas la popular execración estalla? Hermanando la mofa y el lamento, vibra, encarnado en su robusto acento, el silbo agudo de candente tralla.

Cruzamos a la vista de la isla de Cuba, enfrentamos las Bahamas y nos detuvimos a tomar carbón en una de las islas Barbadas: tales fueron todos los accidentes del viaje. Mi único entretenimiento a bordo era cuidar un turpial que traía una niña de Colombia. El ave melodiosa me pagaba sus atenciones con su silbo de una dulzura melancólica y profunda.

El Chucro silbó, imitando a la perfección el estridente grito de una ave acuática. Al oírlo, la Pepa tiró su anzuelo y corrió a su encuentro como un perro. Peñálvez se sorprendió extraordinariamente de su actitud de esclava. Pues antes, en la vida civilizada de la estancia de don Lucas, había sido la gallega más gruñona y colérica.

Mientras examinaba la pierna del maestro Zeli, el señor Durand sacudió tres o cuatro veces la cabeza y silbó, muy bajo, es verdad, el aire del Botón de rosa, para acabar diciendo: Estás... fastidiado, viejo mío. ¡Ah! pero, ¿de veras? , . Entonces, si eres un buen muchacho, toma mi pistola y levántame la tapa de los sesos. Iba a proponértelo. Gracias. ¿No tienes ningún encargo que hacerme?