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Era el tal P. Procopio un desaforado jayán, cetrino y barbudo, más adecuado para llevar una casa sobre la espalda ó tirar de una carreta, que para gozar en contemplaciones místicas y éxtasis divinos.

Y, diciendo esto, volvió a la carreta, que ya estaba bien cerca del pueblo. Iba dando voces, diciendo: -Deteneos, esperad, turba alegre y regocijada, que os quiero dar a entender cómo se han de tratar los jumentos y alimañas que sirven de caballería a los escuderos de los caballeros andantes.

»Terminó la comida en menos de tres cuartos de hora, aunque yo hubiera jurado cosa bien diferente, y continuó la noche, a pesar de ello, andando, para , a paso de carreta. Cuanto más combinaciones inventaba, más semejanzas iba hallando con las cataduras de mis tías.

-Dice verdad el señor don Quijote de la Mancha -dijo a esta sazón el cura-; que él va encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intención de aquellos a quien la virtud enfada y la valentía enoja.

Pero, antes que allá llegasen, les sucedieron cosas que, por muchas, grandes y nuevas, merecen ser escritas y leídas, como se verá adelante. Capítulo XI. De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro, o carreta, de Las Cortes de la Muerte

«Responder quería Don Quijote á Sancho Panza, pero estorbóselo una carreta que salió al través del camino, cargada de los más diversos y extraños personajes y figuras que pudieron imaginarse. El que guiaba las mulas y servía de carretero era un feo demonio. Venía la carreta descubierta al cielo abierto, sin toldo ni zarzo.

Se vió en el rincón de su parque convertido en cementerio, junto á la carreta de los cadáveres; tuvo que remover la tierra propia confundido con aquellos prisioneros exasperados por la desgracia, que le trataban como un igual. Volvió los ojos para no ver los cadáveres rígidos y grotescos que asomaban sobre su cabeza, al borde del hoyo, prontos á derramarse en el fondo de éste.

Volvió las riendas luego, Sancho fue a tomar su rucio, la Muerte con todo su escuadrón volante volvieron a su carreta y prosiguieron su viaje, y este felice fin tuvo la temerosa aventura de la carreta de la Muerte, gracias sean dadas al saludable consejo que Sancho Panza dio a su amo; al cual, el día siguiente, le sucedió otra con un enamorado y andante caballero, de no menos suspensión que la pasada.

Era del tamaño de una rueda de carreta, y había sido labrado en el Palacio de Ciencias Físicas de la Universidad Central. Flimnap se excusó de traer con retraso esta lente, que había prometido para el día anterior. No es mía la culpa, gentleman. El profesor de Física tuvo esta mañana un hijo, y esto le ha hecho retrasar unas cuantas horas la entrega del cristal.

En la parte posterior de la carreta, sobre el barandal, descansaba la crinosa pica. A mi paso, en todas las calles, en ventanas y puertas, veía yo rostros que no eran nuevos para . Al contemplarlos yo como que se reproducían vagamente, allá en los rincones más escondidos de mi memoria.