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Pensó que ella, la sempiterna charlatana de antaño, hablase en cuanto se alejase el Chucro... Alejose el Chucro con su carabina, agachado como una fiera en acecho. Ella tomó la pala de hierro, se sentó en un árbol caído, y se puso a silbar entre dientes...

Todavía nos queda una de las que compré la vez pasada a los isleños. El Chucro preguntó aún: ¡Cómo! ¿Queda una sola? ¿Te habrás comido vos las demás?... Con la indiferencia de su absoluta pasividad, Pepa repuso: Yo nunca he comido galleta sino cuando me das un pedazo... ¿Y hay caña? . Poné entonces la galleta y la caña cerca del fogón, que en cuanto esté el churrasco, comeré... Voy...

La Pepa dijo: Si el asado no se come ahora, se reseca y se quema... Viendo que la segunda fosa no se concluía, decidiose el Chucro a comer antes de enterrar a Peñálvez... Pero estaba en los primeros bocados, cuando éste se detuvo... ¿Por qué no seguís? preguntole. Ya acabé... contestó Peñálvez, verdaderamente sonámbulo.

Era bastante simpática esta muchacha. La última vez que la vio llevaba un traje de muselina blanca con pintas azules y unas rosas thé en el pecho. Sería la viuda más apetecible del pueblo... Después de cavar un momento más, vio que la fosa ya era bastante grande, aunque el comisario fuera hombre alto y grueso. Fue así que dijo tímidamente al Chucro: Creo que ya podríamos enterrarlo...

El Chucro miró la fosa, pareció satisfecho, y ordenó a la Pepa: Quítale al muerto las prendas que lleva. La Pepa sacó al muerto el dinero, las alhajas y la ropa, dejándole sólo la camisa... ¡Sácale también la camisa! gritole el Chucro. Y cuando la Pepa había cumplido su orden, él mandó a Peñálvez: Enterrálo.

Era demasiado pueblero... ¿Por qué no haría caso cuando le advertimos que no debía internarse así no más en los matorrales de las islas?... ¡Yo fui un tonto en seguirlo! Podría haberme excusado diciendo que estaba enfermo... Pero, ahora que no tiene remedio nuestra imprudencia, ¡sabe Dios lo que me espera!...» Al rato, el Chucro volvió a preguntar a la mujer: ¿Hay galleta? Ella contestó: .

¡Recuerda, Pepa, la buena vida que antes llevabas y que pudieras llevar de nuevo!... Compárala con tu vida actual, tan llena de peligros y privaciones... Además, cualquier día, en un momento de rabia, el Chucro te matará de una puñalada... ¡Ya que no por , por misma, Pepa, que siempre has sido una mujer buena, y por tu marido y tus hijos, escapémonos!... ¡Quizás no se te presente en mucho tiempo otra ocasión mejor que esta!...

El Chucro dejó su asado sobre un madero, acercose, vio que la obra estaba terminada, se rió, tomó la pala de manos de Peñálvez y le asestó un golpe mortal en la cabeza. Luego, hundiole varias veces en el cuerpo la misma cuchilla con que comiera, y tiró a la fosa el ensangrentado cadáver del escribiente...

Y recordó algunas escenas que presenciara, en las que se demostraba ese geniazo de la Pepa. ¿No había llegado una vez a tirar una cacerola a la cabeza de su marido, el cochero de la casa, porque éste pellizcara a Juana, la hija del capataz?... ¡Cómo había cambiado esta mujer bajo el dominio fascinante del Chucro!...

Advertido de su distracción, apostrofolo el Chucro, apuntándole al pecho con la carabina: ¿Por qué te quedas papando moscas? ¡Acabá de una vez el pozo, si no querés que te entierre antes que al comisario! Peñálvez se secó el sudor de la frente y siguió cavando. Entre los golpes de pala cavilaba cómo daría, cuando volviera, la noticia de su viudez a la mujer del comisario.