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Más allá, por la madrugada, cuando retirado en la serre tomaba apresuradamente algunas notas, acercósele Butrón, rendido y satisfecho, como el caudillo después de la victoria, y adelantando la torneada pierna que el calzón corto y la media de seda negra ceñían por completo, haciendo ondular con juvenil garbo la airosa capa veneciana, díjole con entonación solemne, con misterio profundo, metiéndole la punta de la nariz dentro de la oreja izquierda: ¡López!... ¡Mucho ojo!... Su compte-rendu de usted nos asegura el triunfo... Que toda esa gentecilla cursi vea su nombre en La Flor de Lis, ensalzada por el reporter elegante de los salones, y es nuestra para siempre... ¡Fuera escrúpulos!... ¡La de Martínez, bellísima!... ¡La García Gómez, encantadora!... Esta que viene aquí, un portento; la Victoria Colonna, de este siglo...

La sangre no llegó, sin embargo, al río; intervino Currita muy indignada contra las zafias bromas de Diógenes, y puso fin a la contienda apoyándose en el brazo de sir Roberto Beltz, para dar una vuelta por la serre, y encargando antes al tío Frasquito que convidase para el día siguiente a comer con ella a todos los que habían tomado parte en las dos cuadrillas, blanca y negra.

Con estas graves palabras y con ciertos ¡bah! y ¡oh! muy expresivos y cariñosos de los comensales la joven señora se dio por satisfecha y para demostrarlo se desquitó de aquella inesperada privación atacando de un modo alarmante a las yemas de coco. Pasaron a la serre a tomar el café, donde les sorprendió poco después la llegada del marquesito del Lago.

Y de nuevo volvió a su charla voluble, incoherente, hablando del adorno de la casa, que era su tema favorito, saltando por intervalos al teatro, a las tertulias que había asistido, a las amigas, para volver de nuevo a la casa, a sus eternos proyectos de reforma, echar abajo el tabique del comedor, levantar en el jardín sobre columnas una serre que comunicase con él, cambiar la decoración del despacho de su marido que era muy vulgar por un mobiliario estilo americano que había visto en la calle de Alcalá.

Don Álvaro, inteligente en la materia, dijo que se parecía, en pequeño, a la de la princesa Matilde. ¡Cómo envidió Obdulia aquel dato! Y sintió orgullo. ¡Un hombre que había sido su amante podía hablar de la serre de la princesa Matilde! Se cenó allí.

¡Oh, Dios mío, cómo me gusta a la sobreasada...! Hoy mismo la como, aunque me haga daño... te tienes la culpa por haberla mentado... ¡Y por fin, y por fin! ¿quién le hubiera dado a Elena un hotelito en la Castellana, con un budoir tan lindo que no hay otro en todo Madrid, con su serre, con su cuarto de baño...? Mira, vamos a hablar un poco de la casa de Madrid. Voy a desayunarme aquí mismo.

Y sin aguardar respuesta echó a andar en dirección de la casa. ¡Ea!, a almorzar, que ya me parece que va llegando la hora. En alegre charla se dirigieron todos hacia la escalinata y entraron en el suntuoso comedor, situado en la planta baja del edificio. Contigua a él había una serre donde crecían plantas tropicales y en medio de ellas una fuente rústica formando cascada.

Alguna vez venía al Escorial, pero sólo por pocos días, y casi siempre para recabar de la marquesa algún dinero con que hacer sus correrías por San Sebastián y Biarritz. La grave señora no la mentaba nunca y lloraba en secreto la posición equívoca en que se había colocado para mal de su alma y menoscabo de la familia. Desde la serre pasaron al salón.

El Rio Serre nace al norte de Concepcion de Chiquitos, y siguiendo la misma direccion que el rio Verde, se incorpora al Guaporé como veinticinco leguas mas abajo. Es igualmente navegable para barcas de alguna dimension.

A las ocho tomaban juntos el chocolate en el invernáculo que él llamaba con cierto orgullo enfático la serre. ¡Si esto fuera nuestro!... pensaba a veces Quintanar contemplando las plantas exóticas de los anaqueles atestados y de los jarrones etruscos y japoneses más o menos auténticos.