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Batíale el corazón a nuestro mancebo, y no sabía si paraíso de su ventura era aquel a cuya puerta se encontraba, o triste lugar donde del vuelo de sus amorosas ilusiones cayese en el negro abismo de un mortal desengaño; y como la blanca estera de palma, ricamente labrada y matizada con vivos y bien contrapuestos colores, le convidase a llegar sin ruido adonde ella estaba, llegose hasta tocarla casi, y viola, copiada por el espejo, con la mirada absorta, y triste y melancólica, y tan pensativa de amor, y de un tal amor y tan del alma, y tan encendido, que él no pudo dudar de que a efectos de la poco antes pasada música nacían aquellas imaginaciones amorosas que en los lucientes ojos de doña Guiomar tan al vivo se representaban, y pareciéndole a Miguel, o más bien sintiendo que no una criatura mortal y perecedera contemplaba, cuya beldad había de perderse en la edad o en la muerte, sino una divinidad inmortal, trasunto de todas las bellezas que el alma puede fingir en lo no conocido, aunque esperado, ardiósele el alma, desmayósele el cuerpo, y como quien adora arrodillose, y sin ser poderoso a otra cosa, convidándole la una mano de doña Guiomar, asiola como se dijo y besola, siendo este el principio de lo que ya se ha relatado, hasta el punto en que nuestro Miguel escribió la carta que Florela encontró en el aposento, donde no a reposar, sino a que soñase locuras por su venturoso amor, le había llevado.

Más de una semana transcurrió sin que don Quintín la convidase a cenar, hasta que aquel día infausto del sablazo frustrado se presentó en su casa llevándole por todo regalo un cuarterón de butifarra y siendo recibido con tal desabrimiento que pudo conjeturar cercano el fin de sus placeres. En vano quiso mostrarse dulce y apasionado. ¿Qué ternura ni qué vehemencia pueden amansar a una pantera?

Hasta ahora es usted, D. Félix, el primer galán que se ha acercado á nosotras, y aunque nos ha regalado con caramelos, no he visto que nos convidase á bailar replicó Flora con desenvoltura.

El calor, y el día que allí llegaron, era de los del mes de agosto, que por aquellas partes suele ser el ardor muy grande; la hora, las tres de la tarde: todo lo cual hacía al sitio más agradable, y que convidase a que en él esperasen la vuelta de Sancho, como lo hicieron.

Cansada de correr, y sospechando, aunque poco experimentada en las cosas del mundo, que aquella naranja tan corredora no era del todo natural, la pobre se detenía a veces y pensaba en desistir de su empeño; pero la naranja al punto se detenía también, como si ya hubiese cesado en su movimiento y convidase a su dueño a que de nuevo la cogiese.

Los tres lados de lo que constituía el palco escénico tenían un corredor, y por bajo de este y á derecha é izquierda de aquel se hallaban sus correspondientes palcos destinados á las personas de distinción que convidase el Gobernadorcillo. En cuanto al corredor se utilizaba para declamar desde él algunas escenas.

Protejo la inocencia... yo vigilaré... No seas boba... basta que esté en mi casa para que yo la respete.... ¡Ay, ay! qué bueno es eso... mire el señor del respeto... no me fío.... Edelmira había interrumpido el diálogo y sin más se convino en rogar a la Marquesa que convidase, con reiteradas súplicas, si era preciso, al señor Magistral. Visitación lo arregló todo en un minuto. Como siempre.

Cada seis meses confesaba todo el colegio con su director espiritual, quien los preparaba previamente en el estudio de la doctrina cristiana y con un examen de conciencia colectivo; se hacía en el salón mayor del establecimiento a fin de que cupieran todos los alumnos; las ventanas se entornaban para que en la estancia hubiese una luz discreta y misteriosa que convidase al éxtasis y la meditación; cada cuál estaba sentado en una silla formando círculo en torno del cura, el cual iba leyendo por un libro los diversos pecados que en la vida pueden cometerse y explicándolos en seguida con proligidad invitándoles después a recordar si tenían que acusarse de ellos.

La sangre no llegó, sin embargo, al río; intervino Currita muy indignada contra las zafias bromas de Diógenes, y puso fin a la contienda apoyándose en el brazo de sir Roberto Beltz, para dar una vuelta por la serre, y encargando antes al tío Frasquito que convidase para el día siguiente a comer con ella a todos los que habían tomado parte en las dos cuadrillas, blanca y negra.