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Las horas anteriores a la partida, transcurridas en el hotelito de su cuñado, allá en lo alto de la Castellana, se le aparecían ahora como un tormento de la intimidad familiar.

Habitaban un hotelito propio en las inmediaciones de los Campos Elíseos, y poseían dos estancias en la provincia de Buenos Aires, a más de la gran casa de comercio en la capital, que dirigía un antiguo dependiente convertido en socio.

¡Pues , quiero ir a Madrid! ¡quiero ir a Madrid! ¿Qué hay...? Y te darás por muy satisfecho con que te admita en mi hotelito y no te deje aquí para siempre entre las vacas y las ovejas... Al fin, cansada de golpearle, se dejó caer a su lado en el diván. Reynoso, acometido de un acceso de tos, estuvo algún tiempo sin hablar. ¿Pero es de veras que quieres ir a Madrid?

Ganaba doce francos al día: mucho más que aquellos canónigos de Toledo que en otros tiempos le parecían grandes duques. Vivía en un hotelito de estudiantes, cerca de la Escuela de Medicina, y sus discusiones vehementes por la noche, entre el humo de las pipas, con los compañeros de hospedaje, le instruían tanto como los libros de la odiada ciencia.

Tardó el millonario algún tiempo en recobrar su calma, y al reanudar el relato pasó de un salto á la escena final de su novela amorosa, á la última entrevista con Judith dos noches antes, en aquel hotelito de Biarritz donde había pasado los mejores veranos de su vida. Sánchez Morueta había llegado sin avisarla, sorprendiendo al monsieur Jules casi ocupando su sitio.

Díjose luego que, desde una ventana del hotelito escondido, había él presenciado la escena, con las manos a la cabeza, sacudiendo la cabezota, dejando oír su risita de cazurro, de paleto empingorotado. ¡Ju, ju, ju, ju!...

Su carácter desigual, brutalmente soberbio, su misma estupidez, que la hacía no prever las consecuencias de sus actos, la ayudaron a dominar al célebre banquero. Hacía un año que era su querida y que estaba instalada en aquel hotelito del barrio de Monasterio. Al principio procuraba refrenar su genio y tenerle contento mostrándose dulce y amable.

No duró mucho, sin embargo, la apoteosis... Nadie ha podido explicar nunca cómo sucedió aquello: unos dicen que vino del Hipódromo; otros, que del barrio de Salamanca; algunos, que de un hotelito que, emboscado en un jardín, existe en la Castellana.

Pero siempre que le encontrábamos nos saludaba optimista y sonriente, con un gesto de clásico caballero español. Vaya usted a mi casa cuando guste. Vivo en un hotelito en el campo. ¡Hay allí una gran paz que invita a escribir! Y el mísero vivía en una choza solitaria, perdida en un barranco de las afueras de Madrid.

Apenas instalados en el hotelito que debía servirles de apeadero en París, Magdalena y el señor De Nièvres comenzaron a recibir y el movimiento del mundo hizo irrupción en nuestra vida. Me quedaré en casa una vez por semana para los extraños me dijo Magdalena; para usted estaré siempre. La próxima semana doy un baile, ¿vendrá usted? ¿Un baile?... No me seduce... ¿Por qué? ¿Le da miedo la gente?