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Los peones le conocían, como si fuese un contratista o maestro de obras; y cuando le faltaban estas distracciones emprendía atroces caminatas: iba a pueblos distantes, andando siempre con una regularidad mecánica; el cuadrado sombrero sobre las cejas, flotante el paleto, que no abandonaba ni aun en el verano, y bajo el brazo el bastón de su juventud, una caña vieja y resquebrajada, con puño redondo de marfil que casi era una bola de billar.

Los jueves reuníanse los hombres en el mercado de bestias, junto a la Puerta de Toledo. Los que no tenían ganado también iban allá, con la esperanza de que cayese algo, empuñando una gran vara, como si tuviesen que arrear a una recua imaginaria. Al primer paleto que se pusiera a tiro le daban un emburreo, un correate, nombres con que designaban las malas artes del «trato».

Tío por aquí, tío por allá; la una le quitaba el sombrero, la otra tomaba su bastón, y las dos tiraban a un tiempo de su paleto, sonriendo ligeramente al ver el chaqué, que quedaba al descubierto, y que con sus cortos faldones dábale el aspecto de un pájaro desplumado. Las pobrecillas ya sabían vivir.

Despojeme del paletó, que entregué a no quién, como un torero que tira la capa al tendido; hice lo mismo con el sombrero; metí los dedos por el cabello, a guisa de escarpidor, levantándolo y ahuecándolo lindamente, y, por último, aparecí en la plataforma alzada al efecto en el salón. Y fui saludado por una salva de aplausos.

Vio que las costumbres de Madrid se transformaban rápidamente, que esta orgullosa Corte iba a pasar en poco tiempo de la condición de aldeota indecente a la de capital civilizada. Porque Madrid no tenía de metrópoli más que el nombre y la vanidad ridícula. Era un payo con casaca de gentil-hombre y la camisa desgarrada y sucia. Por fin el paleto se disponía a ser señor de verdad.

El empleado sonrió ante esta protesta de la dignidad profesional, y siguió presentando a los otros. Un muchacho cabezudo, con ojos azorados y chaquetón de paño pardo, era el Paleto. Le habían traído por robar un corsé. Miraba a Maltrana con ojos de víctima moribunda, creyéndolo un señor poderoso.

Díjose luego que, desde una ventana del hotelito escondido, había él presenciado la escena, con las manos a la cabeza, sacudiendo la cabezota, dejando oír su risita de cazurro, de paleto empingorotado. ¡Ju, ju, ju, ju!...

, señor; me llevé el corsé gimió con su rudo acento de campesino . Tenía hambre... vine a Madrid con mi padre... buscábamos trabajo. No lo haré más, señor... yo soy bueno. Las grotescas contorsiones del Paleto, sus gemidos, provocaron una hilaridad bárbara en todas las puertas. ¡Uuú! ¡uuú! rugían los golfos, burlándose del arrepentimiento y el miedo del Paleto.

El gobernador comenzó a bufar de nuevo, amenazando entre enérgicas interjecciones hacer con mantillas y peinetas lo que Esquilache hizo con capas y sombreros. ¡Pero, hombre, no sea usted mentecato! volvió a decir el ministro con su risa de paleto . Eso tiene muy fácil remedio. ¿Cuál? Llame usted a Claudio Molinos.

Esos probesitos que usted ve no comen muchas veses pa que el ganao, que es su fortuna, no caresca de pienso... En verano, si la cosecha es buena, el paleto es generoso y no le importa darnos paja y cebá cuando vamos de paso. Hablaba Salguero con entusiasmo de las ferias veraniegas, grandes mercados de bestias que daban vida para el resto del año a la gitanería vagabunda.