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«¡Papitos...!» gritó la señora, y al punto se oyeron las patadas de la chica en el pasillo como las de un caballo en el Hipódromo. Presentose con una patata en la mano y el cuchillo en la otra. «Mira le dijo su ama con voz queda . Ten cuidado de ver lo que hace el señorito Maxi mientras yo estoy fuera. A ver si escribe alguna carta o qué hace».

No duró mucho, sin embargo, la apoteosis... Nadie ha podido explicar nunca cómo sucedió aquello: unos dicen que vino del Hipódromo; otros, que del barrio de Salamanca; algunos, que de un hotelito que, emboscado en un jardín, existe en la Castellana.

El toro y el caballo clamaba Ruiz hacen llorar de pena a esas gentes que no gritan en sus países al ver cómo cae en el hipódromo un animal de carreras reventado, con las patas rotas, y que consideran como complemento de la belleza de toda gran ciudad el establecimiento de un jardín zoológico.

El hecho de esta representación oficial se comenta favorablemente entre los socios del Jockey, interpretándose como un puente de plata entre las tres tribunas o tinglados que dividen las clases sociales en el hipódromo. El suceso se interpreta como un indicio de que no será modificado el régimen existente, ni se producirá, como en Babel, una deplorable confusión de las gentes.

En el día, Inglaterra, Francia y Alemania, y tal vez alguna otra nación, no ha de negarse que nos llevan la delantera en este correr disparatado, en que vamos todos, en el hipódromo de la Historia, aproximándonos ya a la meta; y sería caso lamentable y necio que por llegar antes a dicha meta los pueblos del Norte, viniesen de súbito a convertirse en superhombres, teniendo nosotros, por ir ahora tan rezagados, no ya que adelantar, sino que retroceder hacia la animalidad o hacia la especie inferior de que hemos salido, acabando por ser, con relación al recién aparecido superhombre, lo que hoy es el mono con relación a nosotros.

Al fin sorprendo a la enamorada pareja de este nido, me dije sonriendo; y con el corazón agitado y el paso cauteloso, me acerco a la verja revestida de una espesa cortina de madreselva y aplico el oído. Detrás del muro de verdura dos voces poco argentinas disputaban acaloradamente sobre el proyecto de conversión de la deuda. Más allá de la Castellana se tropieza con el Hipódromo.

Se ocupaba del propio tanto como de los ajenos, y deploraba que no tuviéramos hipódromo . Como el de sus hermanas, estaba su cerebro tan limpio de Aritmética, que no acertaba a comprender por qué él tenía un solo caballo, mientras su amigo, el hijo de los duques de Tal, montaba alternativamente cinco, sin contar los veinte que ocupaban la cuadra de la calle de San Dámaso.

Evaristo me habló también del hipódromo; criticó mucho que la pista de Palermo no tenga césped, como las pistas de París y de Londres.

Amén de estos recreos al pormenor, y los que no se puntualizan aquí, porque no hay para qué puntualizarlos, la sociedad tenía otros en común, como ciertas algaradas de estruendo, ora en el Hipódromo en los días de carreras, ora en la del Prado y de la Castellana, disfrazados los socios de canes lanudos, y amontonados y latiendo en sus perreras, en las tardes de Carnaval.

La primavera ha cubierto de verde follaje la desnuda vegetación invernal. Se oyen entre la enramada píos de amor. Todo es vitalidad, alegría, florescencia. La muchedumbre urbana invade el hipódromo, a presenciar la gran carrera del año. La tribuna popular forma una masa compacta, densa, apretada, inmóvil casi por falta de espacio para moverse, rebullendo sobre misma.