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Aunque muy sagaz, su lascivia le cegaba hasta el punto de no comprender que la Amparo era más interesada y astuta de lo que él se figuraba. Cuando llegó al hotelito de mazapán, serían las tres de la tarde. Amparo estaba conferenciando gravemente con la modista; de modo que se vió obligado a esperar un rato leyendo los periódicos.

La de los Machut hizo entonces de lo que le dió la gana. ¿Cómo desperté en un hotelito de la calle de las Grandes Baldosas? ¿Cometí el crimen que usted me reprocha? ¡Lo ignoro! No soy mas que un pobre hombre que no puede con el vino de Champaña... EL JUEZ. ¡Sin embargo, el flagrante delito...!

A reforzarlos se aplicó con el pensamiento, hasta que el coche se detuvo delante de la verja de un hotelito de construcción barata, con muchos adornos de yeso y madera que le hacían semejar a las obras de confitería. Apresuróse el portero a abrirle con acatamiento. Salvó en tres pasos el diminuto jardín. Al subir las pocas escaleras del piso bajo salió a la puerta una criada joven.

Salió el duque echando pestes del coruscante hotelito. Como por las inmediaciones no había coches y no quería utilizar el de su querida, por más que él lo pagara, encaminóse a pie hacia su casa.

No era que él pudiese inspirar una gran pasión: pero cansada de la antigua vida, se había refugiado en sus brazos para siempre y le amaba con un amor en el que entraba por mucho el agradecimiento. Esto le bastaba. No había más que ver cómo le sonreía, cómo salían á su encuentro los brazos blancos y suaves cuando se presentaba inesperadamente en el hotelito de las afueras de Madrid.

De pronto tomaba el tren para presentarse por sorpresa en aquel hotelito de Madrid, nido ilegal y misterioso de su felicidad. Varias cartas anónimas le habían avisado las infidelidades de Judith. Alguna buena alma que conocía su dicha y deseaba turbarla: tal vez una antigua compañera de la divette, envidiosa de su bienestar.

Creía que una «villa» para el verano es el complemento de una familia distinguida que tiene coche; y en las tertulias, al dirigirse a sus amigas, llenábase la boca hablando de su «lindo hotelito» de Burjasot y de las innumerables comodidades que encerraba. La casa era mala, pero el paisaje magnífico.

Me ayudaréis a elegirlo ... y me lo pagaréis. Hablaba en tono alegre y afectuoso: no parecía la misma criatura desabrida y mal humorada que hemos visto en su hotelito del barrio de Monasterio. Sin duda, todo el mal humor lo reservaba para Salabert. ¡Esto es bueno! exclamó Castro dignándose sonreír levemente . ¿Nos pides joyas a nosotros cuando tienes en tu casa el bolsillo de Salabert?

Así logró tener su hotelito en Auteuil. ¡Y pensar que Monticelli vendía sus cuadros a diez francos cada uno en las terrazas de los cafés de Marsella...! ¡Qué lástima...! LORENZA. ¡...! ¡Da grima...! Sin embargo, yo tengo la intención de imponerme como artista. Y la señorita Cassatt, que era rica, trabajó como si fuera pobre. ¡Pongamos mano a la obra...! LORENZA. ¡!

¡Oh, Dios mío, cómo me gusta a la sobreasada...! Hoy mismo la como, aunque me haga daño... te tienes la culpa por haberla mentado... ¡Y por fin, y por fin! ¿quién le hubiera dado a Elena un hotelito en la Castellana, con un budoir tan lindo que no hay otro en todo Madrid, con su serre, con su cuarto de baño...? Mira, vamos a hablar un poco de la casa de Madrid. Voy a desayunarme aquí mismo.