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Con el instinto maternal de los pájaros, tenía que pasarlo todo por su pico antes de que lo tragase el pequeñuelo. Llevábase la cuchara a la boca, soplaba en ella, la acariciaba con el aliento, y sólo tras de esta purificación se decidía a ofrecerla a su hijo, que, echando atrás la cabezota de pelos sedosos, mostraba sus encías desdentadas, su paladar sonrosado, de una palidez anémica.

Setos de madreselva y zarzamora orlaban el camino, y de trecho en trecho se erguía el tronco de un negrillo, robusto y achaparrado, de enorme cabezota, como un as de bastos, con algunos retoños en la calvicie, varillas débiles que la brisa sacudía, haciendo resonar como castañuelas las hojas solitarias de sus extremos.

Cruzóse de brazos, movió de arriba abajo la gran cabezota y desapareció sigilosamente por entre los bastidores, metiéndose luego por debajo del escenario como un nihilista que se zambulle en el centro de la tierra para fraguar siniestros proyectos...

Pero el afán de singularizarse asombrando al vecino tomaba su desquite en los líquidos, y equivalían a títulos de suprema distinción las botellas que figuraban en las mesas: unas, blancas y puntiagudas como agujas góticas, cuyas etiquetas evocaban la imagen del padre Rhin pasando entre castillos y peinando sus barbas de espuma en los puentes medievales; otras, negras, con la cabezota de corcho afirmada en un casco de alambres y de láminas metálicas, llevando sobre los hombros, cual regio toisón, el collar obscuro y las letras de oro de su champañesco origen.

Entonces se enderezaron a una los aludidos, que me parecieron dos gigantes, particularmente el seglar, que metía la cabeza hasta los hombros dentro de la campana de la chimenea; pero ni el Cura se quitó el gorro, ni el otro el chambergazo con que tapaba una parte mínima de la blanquísima greña que se le desbordaba por todo el perímetro de la cabezota.

Lo bueno es que ya no le pega a la mujer, porque en cuanto levanta la mano pierde pie y se cae al suelo». Isidora se echó a reír. En el mismo instante, Riquín le daba bofetadas. «No se pega, no se pega. Anda, cáscale duro... Déjale que pegue. Este va a tener más talento... Le criaremos para cura de escopeta y perro. Verás qué sermones salen de esa cabezota. ¿Verdad, hijo?

Recibiéronle ambos personajes de igual a igual, y con grandes extremos, y después de una corta conferencia, tornó a salir Claudio Molinos muy apresurado. Martínez salió también con gran pachorra, inclinada la cabezota, y las manos y el bastón a la espalda, y quedóse el gobernador muy satisfecho, restregándose las manos chiquitas y regordetas con alguna que otra uña no limpia del todo.

Los curiosos se apiñaban tras las cortinas, y Currita, en primera fila, devoraba a Jacobo con la vista; Martínez, a su lado, estrujado casi contra el quicio mismo de la puerta, no podía verle, mas prestaba oído atento, lleno de ansiedad, mordiendo con la cabezota baja el puño de su garrote.

Su deformidad incipiente no era tal que le privara de los encantos de la niñez, antes bien daba risa verle erguir su cabezota con cierto aire de valentía, como un hijo de Atlante predestinado a superar a su padre en la facultad de cargar grandes pesos. «Deje usted al niño... Riquín, hijito; vas a irte un rato con Ramona... ¡Ramona!». Pero no le valieron sus artimañas.

«Que él decida indicó Juan José tomando al muchacho y poniéndole en medio de la sala . Riquín, ¿quieres irte con tu madre?». Tan fuertemente negó con su cabezota, que se le cayó la mitra. En realidad es fuerte cosa que le propongan a un hombre abandonar su diócesis para irse con una mala mujer... «¿Que no, dices que no?». El chico dijo entonces claramente: «No quielo».