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¿Encontraré piedad en las almas ideales que viven de ilusiones, si hago la confesión sincera de haber sentido un placer inefable, en unión con mi joven secretario, cuando nos sentamos a la mesa del Saint-Simon, que se nos dio una servilleta blanca como la nieve y recorrí con complacidos ojos un menú delicado, cuya perfección radicaba en el exiguo número de pasajeros?

El "Saint-Simon". Puerto Cabello. La fortaleza. Las bóvedas. El general Miranda. Una sombra sobre Bolívar. Las bocas del Magdalena. Salgar. La hospitalidad colombiana. Salí de Caracas el martes, 13 de diciembre; el día y la fecha no podían ser más lúgubres.

¿Puedo saber por qué, señora baronesa? ¡Dios mío! porque el día que se case usted con ella esas mismas cualidades, algunas por lo menos, pueden convertirse en defectos... No soy yo por cierto la que le reprocharé el sentirse orgullosa de su nacimiento y de poner muy alto la estima de su nombre y de su propia persona... pero aun a mis ojos, muy indulgentes por cierto en esos particulares, la señorita de Sardonne exagera sus méritos... Tiene, y quede esto entre nosotros, más soberbia que Lucifer... Usted mismo lo va a experimentar si Dios no lo remedia, mucho me lo temo, mi querido señor... No voy hasta decir que menospreciará a su marido, que a nadie puede inspirar tal sentimiento, ¡no, señor!... pero una alianza como la que ella concierta, tan completamente honrosa por otra parte, está en demasiado abierta contradicción con las tradiciones, con las costumbres de su familia, y de nuestra sociedad, como para que la señorita de Sardonne no deje de sufrir, más o menos, en su fuero interno... ¡Ay! querido señor, tan bien como usted que bajo el punto de vista de la sana razón, todo eso es perfectamente absurdo... pero permítame que le diga que conozco mejor que usted las ideas que a ese respecto reinan en nuestro medio social... Muy poco han cambiado, créame usted, esos sentimientos desde la época de Luis XIV y de Saint-Simon... ¡Perdone usted! lo que va usted a decirme... ¡Va usted a hablarme de la revolución!... ¡Jesús! ciertamente ha habido la revolución... pero si la revolución ha podido arrebatarnos nuestros privilegios y aun nuestras cabezas, no ha podido quitarnos los beneficios de eso que ustedes llaman, si no estoy equivocada, atavismo... es decir, en viejo francés, la excelencia de una sangre que se ha destilado y refinado en nuestras venas de generación en generación por espacio de quinientos o seiscientos años... Y... esa sangre se revela a pesar nuestro, mi querido maestro, cuando se la mezcla con otra... más joven... más pura... ¡Dios mío! no digo lo contrario, pero que, en fin, ni es de la misma esencia ni del mismo color... Por consecuencia, no es el uso hoy, pese a la revolución, que una señorita de la nobleza se case con un industrial... un sabio... un escritor... un artista, sean cualesquiera sus méritos... Algunas veces, suelen verse señoras tituladas casarse con poetas o con artistas... pero ésas son princesas extranjeras... En Francia la cosa no tiene casi precedentes... Y no vaya usted a creer, mi querido señor Fabrice, que en tales procederes haya nada de depresivo para aquellos que son objeto de él... a nadie en el mundo le gustan más que a nosotros los escritores, los poetas y los artistas... Hacemos de ellos con el mayor gusto el ornamento de nuestras mesas, el interés y el atractivo de nuestros salones... pero no nos casamos con ellos... ¡Excúseme usted! va usted a decirme que somos menos difíciles en lo que se refiere a alianzas de nuestros hijos y que los casamos con señoritas más o menos bien nacidas con tal que sean ricas.

Fue entonces cuando comprendí todo el mal que me había hecho el retardo de cuatro días del Saint-Simon, sin contar con la permanencia en la Guayra, que, en calidad de sufrimiento pasado, empezaba a debilitarse en la memoria, sobre todo, ante la expectativa de los que me reservaba el porvenir.

Se me anuncia que el vapor Victoria debe salir para Honda, en el alto Magdalena, dentro de una hora, y sólo entonces comprendo las graves consecuencias que va a tener para mi el retardo del Saint-Simon, al que ya debo los atroces días de la Guayra. Todo el mundo nos recibe bien en Salgar y el himno de gratitud a la tierra colombiana empieza en mi alma. El río Magdalena. De Salgar a Barranquilla.

Miré con júbilo al Saint-Simon, que se mecía sobre las aguas y que debía partir al día siguiente. Más tarde, vi toda la compañía reunida, comiendo, los desgraciados, en la mesa del Hotel Neptuno.

Si el Saint-Simon hubiera llegado a Salgar en el día de su itinerario, habríamos tenido tiempo sobrado de hacer en Barranquilla todos los preparativos necesarios, y embarcándonos en el Victoria, nos hubiéramos librado de las amarguras sufridas en el Magdalena. Porque los preparativos es una cuestión seria, que exige un cuidado extremo.

La república de Esparta no es, por otra parte, sino un engendro de la imaginacion poética de Licurgo, que concibió una asociacion en su cabeza, la formuló en un poema que llamó leyes, y fanatizado por su idea, como Saint-Simon y Fourrier en nuestros dias, dió su vida á trueque de ver realizada su teoría, hija mas bien de la fantasía que de la observacion de la naturaleza humana.

Me entró frío mortal, porque, al notar la ausencia del ansiado Saint-Simon, pensé en el Hotel Neptuno, en el que tenía forzosamente que descender, por la sencilla razón de que no hay otro en la Guayra. Allí nos empujó nuestro negro destino y allí quedamos varados durante cinco días, cuyo recuerdo opera aún sobre mi diafragma como en el momento en que respiraba su atmósfera.

Antonio Pérez mató un hombre por obedecer á Felipe II; quitó al Rey su querida; sublevó una provincia; luchó cinco años con tan temible soberano; escribió relación de su vida, tan verdadera y profunda como las inexorables memorias del Duque de Saint-Simon . Antonio Pérez alcanzó fama literaria casi exclusivamente debida al interés de sus desgracias personales .