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Sean cuales fueren los grados que alcance la civilización, lo trágico existirá siempre: el determinismo ha reemplazado sin ventaja, pero tampoco con mengua, la antigua teoría de la fatalidad; y Pablo Hervieu, fiel á las leyes inexorables del derecho y de la lógica, resucita, gracias al Código, la leyenda de Némesis.

En dos ó tres días, reaparece el calizo y constituye la coraza de la piel. El cangrejo no sale librado á tan poca costa de su metamorfosis, sino que necesita mucho tiempo para recobrar su cáscara; y hasta este momento sirve para el pobre de ralea á los seres más débiles. En este punto la justicia y la igualdad muestránse inexorables. Las víctimas tienen el desquite.

La infeliz vio la traición tan clara como imaginó haber visto la felicidad, sufriendo al par la vergüenza de la falta y la humillación del abandono. Doña Justa y don Luis, a quienes le fue forzoso confiarse, anduvieron relativamente parcos en recriminaciones, pero crueles e inexorables en punto a la energía necesaria, para ocultar las consecuencias de la seducción.

Hizo Poldy cerca de ella el oficio de la más vigilante, devota y cariñosa enfermera; pero ni sus desvelos, ni sus fervientes oraciones, ni la docta asistencia de un sabio médico, amigo de la casa, fueron bastantes a retardar el cumplimiento de las inexorables leyes de la naturaleza que tenía marcado el término de aquella trabajada vida.

Antonio Pérez mató un hombre por obedecer á Felipe II; quitó al Rey su querida; sublevó una provincia; luchó cinco años con tan temible soberano; escribió relación de su vida, tan verdadera y profunda como las inexorables memorias del Duque de Saint-Simon . Antonio Pérez alcanzó fama literaria casi exclusivamente debida al interés de sus desgracias personales .

Desde Adam acá, dijo Cervantes, al mundo no ha venido criatura sino para morir; sólo que a unas las mata Dios y a otras las matan los hombres, sino es ya que ellas a mismas, porque no se puedan resistir, se destruyan; y antójaseme que para el capitán don Baltasar de Peralta las tres sangrientas parcas miden ya con muy breve término su vida; y la más tremenda de ellas, la despiadada Atropos, sus inexorables tijeras prepara; y tengo para que lo que ha de ser esas tijeras lo es la buena hoja de Toledo que a la cinta llevo.

Todo lo sabían aquellas criaturas, a pesar de sus pocos años, como si al cogerse al pezón de la nodriza hubiesen comenzado a hojear el primer libro. Sus juicios resonaban terribles, inexorables, concisos, capaces de hacer temblar de pavor las mesas del café. Casi todos los escritores españoles eran atunes, besugos o percebes: género marítimo que sólo podía gustar a paladares groseros.