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Sucedió, pues, que, yendo días y viniendo días, la niña Antonomasia llegó a edad de catorce años, con tan gran perfeción de hermosura, que no la pudo subir más de punto la naturaleza. ¡Pues digamos agora que la discreción era mocosa! Así era discreta como bella, y era la más bella del mundo, y lo es, si ya los hados invidiosos y las parcas endurecidas no la han cortado la estambre de la vida.

El novato mira escandalizado y desaparecer una bien cortada levita detrás de un grupo de señoras. ¡Las tres Parcas! continuó Tadeo viendo llegar á tres señoritas secas, huesudas, ojerosas, de ancha boca y cursimente vestidas. Se llaman... ¿Atropos?... balbucea el novato que quería hacer ver que tambien sabía algo, al menos la mitología...

Desde Adam acá, dijo Cervantes, al mundo no ha venido criatura sino para morir; sólo que a unas las mata Dios y a otras las matan los hombres, sino es ya que ellas a mismas, porque no se puedan resistir, se destruyan; y antójaseme que para el capitán don Baltasar de Peralta las tres sangrientas parcas miden ya con muy breve término su vida; y la más tremenda de ellas, la despiadada Atropos, sus inexorables tijeras prepara; y tengo para que lo que ha de ser esas tijeras lo es la buena hoja de Toledo que a la cinta llevo.

Era doña Manuela alta, seca de carnes, de aspecto severo y tez rugosa, como pintan a las Parcas, pero sin expresión de dureza en el rostro.

La Bohemia Nocturna lleva una corona de estrellas sobre el cabello negro, negro como el ala del cuervo que canta «¡Nunca más!», en el poema del Dolor de las almas. Sus manos son de marfil transparente, como los dedos de niebla de las Parcas, y toda ella tiene un perfume vago de azahar y de adelfas y de incienso. El Amor, el Dolor y el Misterio.

En el caballete de Currita, sobre el cuadro mismo que estaba pintando, colocó Paquito con sumo cuidado su obra maestra... Luego, riéndose como ángeles del cielo, con la agitación de las grandes expectaciones, con la candorosa confianza en el más santo de los cariños, corrieron presurosos a ocultarse entre los innumerables cachivaches, debajo de una papelera antigua de acero, ocultos por un gran tapiz, que tenía unas figuras muy largas, muy secas, muy feas: las tres Parcas... Veíase desde allí el caballete, destacándose en medio el monigote, y los dos niños, muy agazapados, muy juntitos, apretándose el uno contra el otro, contemplaban su obra.

No, hombre, se llaman las señoritas de Balcon, criticonas, solteronas, pelonas... Profesan odio á todo, á hombres á mujeres, á niños... Pero, mira como al lado del mal Dios pone el remedio, solo que á veces llega tarde. Detrás de las Parcas, espanto de la ciudad, vienen esos tres, el orgullo de sus amigos, entre los cuales yo me cuento.

Las personas de su intimidad, sabedoras del fundamento que esto tenía, eran parcas en adjetivos duros al hablar de los curas malos, y en cambio no perdonaban ocasión de elogiar a cualquier capellán que se distinguiera por cosa buena, sin que con esto lograran tampoco que don José dijese de un modo claro su parecer sobre la gente de sotana.