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Yo no si parecerá bien a los lectores de cierta contextura, que un mozo como Ángel les fuera con aquellas puerilidades y estas retóricas a dos señoronas de Madrid que estaban pasando una temporada en una playa de baños, y entretenidas en ver desde el mirador de una fonda cómo rompían las olas del mar, allí cerca; pero, poniéndome en el peor de los casos, quiero que consideren aquellos caballeros que de todo se puede hablar con señoras, por aburridas que estén, hasta del teorema de Sturm, que es la materia más desabrida que yo conozco; porque el peligro de cansar al prójimo no está en lo que se le cuente, sino en el modo de contárselo, y puedo certificar que el relato de Ángel, por lo fresco, por lo natural, ingenuo y desenfadado, fue oído por las damas sin desperdiciar punto ni coma.

Sin dar tiempo a que don Santiago apuntara las corteses rectificaciones que ya la sagaz interlocutora le había leído entre los labios, continuó así, tras una breve pausa: Por si llegara ese caso, repito, de un momento a otro, deseo y necesito saber, señor don Santiago, qué condiciones impone usted para un anticipo a las personas de reconocida responsabilidad, como yo; responsabilidad, se entiende, en inmuebles, como ustedes dicen también, y de cuya existencia, libre y desempeñada, se puede certificar cuando sea necesario.

Yo que comí más de una vez á la mesa con los clérigos te lo puedo certificar. Y el Espíritu Santo ha dicho: «Si te ensalzas te humillaré, y si te humillas te ensalzaré». Así habló el hombre más profundo que guardaba entonces el valle de Laviana y quizá las riberas todas del Nalón caudaloso. ¡Padre, padre! ¿por qué me dice usted eso? exclamó Demetria angustiada.

Pues ¿porqué no podrán egecutar esto mismo los enemigos de la corona? ¿No son hombres como nosotros, Y nada menos peritos en la navegacion? ¿Y últimamente no estamos entrando y saliendo diariamente en el rio? ¿No le consta á Vd. que yo he entrado y salido de noche y de dia con vientos contrarios, y aun ahora entré con vientos enteramente opuestos á la entrada, como lo pueden certificar los tres capitanes, D. José Ignacio de Merlos, D. Nicolas Garcia y D. Pedro Garcia, sin que el viento ni la naturaleza me lo hayan estorbado?

Y es que, sin duda, el alma abrasada en amor divino se manifiesta siempre de un modo misterioso y con síntomas que el observador superficial no puede apreciar. Su vestido era recatado y monjil, no siendo posible certificar que bajo sus tocas hubiera algo parecido á una cabellera, aunque nos atrevemos á asegurar que la tenía, y muy hermosa.

Desfilaban los veinticuatro ancianos con albas vestiduras y blancas barbas, sosteniendo enormes blandones que chisporroteaban como hogueras, escupiendo sobre el adoquinado un chaparrón de ardiente cera; seguíanles las doradas águilas, enormes como los cóndores de los Andes, moviendo inquietas sus alas de cartón y talco, conducidas por jayanes que, ocultos en su gigantesco vientre, sólo mostraban los pies calzados con zapatos rojos; y cerraba la marcha el apostolado, todos los compañeros de Jesús, con trajes de ropería, en los que eran más las manchas de cera que las lentejuelas; e intercalados entre ellos, niños con hachas de viento, vestidos como los indios de las óperas, pero con aletas de latón en la espalda, para certificar que representaban a los ángeles.

Por lo menos, tenía el buen gusto de reírse de todos ellos sin hacer maldito el caso de ninguno. Sospecho que puedes certificar, por la parte que te alcanzó... Certificó. Hasta que dio con un mozo que le pareció muy otra cosa que todos los demás, y se rompió el hielo. El mozo era Pepe Guzmán. Otra prueba de su buen gusto.

Para remediar esto mandé que en el cabildo haya un libro en que se escriban todos los castigos que se ejecutan, en esta forma: «A fulano de tal se le dieron tal día tantos azotes por tal delito, por mandado de tal juez que entendió en su causa», y al fin del mes han de firmar y autorizar todos los del cabildo esta relación, y el administrador ha de certificar a continuación constarle no haberse hecho más castigos que los que allí se refieren, y si se ha dejado o no de castigar a otros que lo han merecido, con todo lo demás que le parezca digno de mi noticia; y sacando del libro una copia, me la envían mensualmente.

Y para certificar su identidad se quitaba la gorra, echando atrás la coleta: un mechón de a cuarta que llevaba tendido en lo alto de la cabeza. Su compañero de miseria era Chiripa, muchacho de su misma edad, pequeño de cuerpo y de ojos maliciosos, sin padre ni madre, que vagaba por Sevilla desde que tenía uso de razón y ejercía sobre Juanillo el dominio de la experiencia.

¿Que tiene escasos fundamentos de verdad? Eso mismo... Con grandísimas razones. ¿Quién lo ha visto? ¿Quién puede certificar de ello?... Mire usted: la mayor parte de lo que se dice en ese sentido, procede de aspirantes desairados; el resto lo inventan los que ni para ese triste papel sirven.