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Abajo, un pequeño patio con pavimento de losas húmedas, como si cayese en ellas con frecuencia un chaparrón de cubos de agua. Sobre las losas, un monigote de abultado tronco y brazos y piernas delgados, esqueléticos, contraídos por grotesca actitud.

Sus ojos iracundos y anunciadores del chaparrón de malas palabras con que pensaba acoger al importuno se dulcificaron viendo á Robledo, y antes de que éste hablase, dijo ella con amabilidad: La patrona está en su dormitorio y el marqués ha salido con su maldita caja de pistolas. Yo creía que estaba donde usted... Entre, don Robledo; voy á avisar á la señora.

Y las varoniles doncellas se mostraban tristes, resignándose á una larga inmovilidad en la que sólo verían de lejos á los hermosos militares, mientras aguantaban un chaparrón interminable de versos. Al ver entrar al poeta laureado, corrió inmediatamente á su encuentro el gran Momaren.

Feliciana cerraba los ojos, estremecida por el chaparrón de besos, vibrando su virgen sensibilidad con el apretón de los masculinos brazos, sintiéndose próxima a caer al suelo, como si las piernas temblorosas no pudiesen sostenerla, murmurando entre suspiros dulces: Basta... déjame... Que me matas: que grito... Asesino...

Isidro la besaba en el rostro, en los hombros, en los pechos, en todos los adorables rincones de su carne que la muchacha iba dejando al descubierto al revolverse en la cama, estremecida bajo el chaparrón de caricias, que le arrancaba sofocadas risas, lamentaciones de irresistible cosquilleo. Déjame, mala persona gemía riendo . Déjame, o chillo.

El prócer conservaba el cigarro puro en la mano izquierda, al cual seguía dando con impasibilidad un poco teatral, largos chupetones. Empezaban a caer del cielo gruesas gotas, anunciando un fuerte chaparrón. Peña gritó al fin: Señores, preparados... Una, dos, tres... El Duque inclinó la pistola y apuntó. Gonzalo, apuntando también, avanzó pálido, con los ojos inyectados.

Gallardo, estupefacto ante su obra, inclinaba la cabeza bajo el chaparrón de insultos y amenazas. «¡Mardita sea la suerte!...» Había entrado a matar lo mismo que en sus buenos tiempos, dominando la impresión nerviosa que le hacía volver la cara como si no pudiese soportar la vista de la fiera que se le venía encima.

Sólo exceptuaba de este chaparrón al bueno de D. José, para quien destinaba in mente la plaza de tenedor de libros en cierta casa. Don José, como siempre, la acompañó aquella tarde. Serían las tres y media cuando pasaron por la Puerta del Sol. A medida que se acercaba Isidora a los barrios próximos a San Pedro iba sintiendo turbación tan grande, que creyó le faltarían las fuerzas para llegar allá.

¿Qué desgracia? no señor, que los señoritos y las señoritas ya estaban en casa muy tranquilos cuando ustedes estarían llegando a mitad del monte... apenas se han mojado.... Yo salí, por orden de la señora Marquesa, en su busca apenas comenzó a llover.... Fui con el carro y el toldo encerado a la calleja de Arreo donde sabía yo que el señorito Paco había de parecer, porque aquel es el camino más corto y la casa de Chinto está allí, a los cuatro pasos.... En casa de Chinto estaban todas las señoritas, que no se habían mojado apenas... porque en el monte cuando empieza el chaparrón se está como a techo.... De modo que todos están en casa muertos de risa, menos la señora doña Anita que teme por usted y... por este señor cura....

Sucede á veces que una nube se forma en la atmósfera: inmediatamente, las gentes se juntan para seguir con la mirada el hermoso lienzo de vapor que se deshace en el espacio sin resolverse en lluvia. No obstante, después de meses y años de espera, un feliz movimiento del aire funde en agua á la nube sobre las arideces de la costa. ¡Qué alegría, ver caer el chaparrón tanto tiempo esperado!