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Los dos rivales se hacían responsables del apartamiento de la joven. Cada uno de ellos se imaginaba que de haber quedado solo al lado de ella habría podido retenerla. Pero se habían estorbado con su mutua presencia, acabando por cansar a Nélida en fuerza de rivalidades y celos.

Comenzó la mudanza; el sofá no cupo por la escalera; fue preciso izarle por el balcón, y en el camino rompió los cristales del cuarto principal, los tiestos del segundo, y al llegar al tercero, una de sus propias patas, que era precisamente la que le había estorbado; si se hubiese roto al principio, pleito por menos; fue preciso pagar los daños; el bufete entró como taco en escopeta, haciendo más allá la pared a fuerza de rascarle el yeso con las esquinas; la cama del matrimonio tuvo que quedarse en la sala, porque fue imposible meterla en la alcoba; el hermano de mi amigo, que es tan alto como toda la casa, se levantó un chichón, en vez de levantar la cabeza, con el techo que estaba hombre en medio con el piso.

Pues ¿porqué no podrán egecutar esto mismo los enemigos de la corona? ¿No son hombres como nosotros, Y nada menos peritos en la navegacion? ¿Y últimamente no estamos entrando y saliendo diariamente en el rio? ¿No le consta á Vd. que yo he entrado y salido de noche y de dia con vientos contrarios, y aun ahora entré con vientos enteramente opuestos á la entrada, como lo pueden certificar los tres capitanes, D. José Ignacio de Merlos, D. Nicolas Garcia y D. Pedro Garcia, sin que el viento ni la naturaleza me lo hayan estorbado?

Dorrego conocía el espíritu de los veteranos de la Independencia, que se veían cubiertos de heridas, encaneciendo bajo el peso del morrión, y, sin embargo, apenas eran coroneles, mayores, capitanes, gracias si dos o tres habían ceñido la banda de general, mientras que en el seno de la República, y sin traspasar jamás las fronteras, había decenas de caudillos que en cuatro años habían elevádose de gauchos malos a comandantes, de comandantes a generales, de generales a conquistadores de pueblos y, al fin, a soberanos absolutos de ellos. ¿Para qué buscar motivo al odio implacable que bullía bajo las corazas de los veteranos? ¿Qué les aguardaba después de que el nuevo orden de cosas les había estorbado hacer, como ellos pretendían, ondear sus penachos por las calles de la capital del Imperio?

Díxole entónces Memnon: Señor ilustrísimo, ¿sin mozas y sin comer, en qué pasais el tiempo? En cuidar, dixo el genio, de los demas globos que estan á nuestro cargo, y yo soy venido á consolarte. ¡Ay! replicó Memnon, ¿porqué no habéis venido la noche pasada, y me hubiérais estorbado hacer tanto disparate?

Nunca le había estorbado aquella infeliz señora, ni en sus trabajos ni en sus vicios. Aunque sus queridas, sus extravagancias en el orden erótico eran conocidas de todo el mundo, D.ª Carmen o las ignoraba o fingía ignorarlas. Sin embargo, la última infidelidad del duque, la relación con la Amparo habíale acarreado disgustos.

Años atrás, donna Olimpia había figurado con brillo en los saraos de la bella Imperia, Aspacia del siglo de León X, como la cortesana de Mileto lo había sido del de Pericles. Donna Olimpia, satélite ya de un astro tan refulgente, acaso hubiera llegado a igualarse con dicho astro, si su desatentada afición a correr mundo y ver tierras extrañas no lo hubiese estorbado.

Tomasito, al que se suponía en necesidad permanente de reposo, no debía ser estorbado por ruidos molestosos, así es que la gritería y los aullidos tan connaturales a los habitantes del campamento, no fueron permitidos al alcance del oído de la casa de Edmundo.

El ha de ser mi esposo, y justos y honestos impedimentos han estorbado que aún hasta ahora no nos habemos dado las manos. Si dineros fueren menester para alcanzar perdón de la parte, todo nuestro aduar se venderá en pública almoneda, y se dará aún más de lo que pidieren.

No te turbes, amigo, sino procura hallarte presente a este sacrificio, el cual si no pudiere ser estorbado de mis razones, una daga llevo escondida que podrá estorbar más determinadas fuerzas, dando fin a mi vida y principio a que conozcas la voluntad que te he tenido y tengo''. Yo le respondí turbado y apriesa, temeroso no me faltase lugar para responderla: ''Hagan, señora, tus obras verdaderas tus palabras; que si llevas daga para acreditarte, aquí llevo yo espada para defenderte con ella o para matarme si la suerte nos fuere contraria''. No creo que pudo oír todas estas razones, porque sentí que la llamaban apriesa, porque el desposado aguardaba.