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Y si no quería ella venir, ¿qué le costaba mandar una oficiala a preguntar si vivo o si muero?... Crea usted que esto me duele; porque yo, a quien me quiere como dos le quiero como catorce». Ballester contestó con un gran suspiro, al cual no dio su interlocutora la interpretación conveniente.

Quien habló con él fue una mujer que entraba a verle con frecuencia y que le traía y llevaba recados de la señora doña Inés López de Roldan, sin duda para los negocios y obras de caridad que ellos trataban y hacían juntos. La interlocutora de don Andrés, ya comprenderá el lector que fue Serafina.

Susurraban los maldicientes que entre parleta y parleta solía la matrona entreabrir el pañuelo que le cubría los hombros y sacar una botellica que fácilmente se ocultaba en cualquier rincón de su corpiño gigantesco; y ya corroboraba con un trago de anís el exhausto gaznate, ya ofrecía la botella a su interlocutora «para ir pasando las penas de este mundo». A oídos del señor Rosendo llegó un día esta especie, y se alarmó; porque mientras estuvo en la Fábrica no bebía nunca su mujer más que agua pura; pero por mucho que entró impensadamente algunas tardes, no cogió infraganti a las delincuentes.

Pasa por ser una de las mujeres más bonitas y elegantes de Madrid ¿verdad? y esto no lo dijo con ánimo de complacer a su interlocutora nadie pone en duda su hermosura ¿eh? pues también son indiscutibles su talento y su virtud.

Es absurdo en hombre tan corrido y tan atrevido. Nada..., le da vergüenza de que le presente a ti y se ha escapado. Está retardando lo que más desea... ¡Gracias a Dios! Ya viene por allí. Beatriz dirigió la mirada hacia donde indicaba su interlocutora, y vió que se acercaba al corro el lindo y elegante Conde de Alhedín. ¿No es verdad que es muy gentil? preguntó la Condesa.

Un movimiento repentino del conde reveló en éste la sorpresa y la duda que le produjeron las palabras de su interlocutora; pero al ver que alguien se les acercaba, se retiró prudentemente sin hablar más. Desde aquel momento empezó el período de triunfo para Raúl, y el de decadencia para Amaury.

Tardó aún algunos momentos. Al fin, elevando hacia él sus ojos doloridos, dijo: Señor Duque, usted nos ha honrado mucho viniendo a esta casa. Nunca le agradeceremos bastante esta prueba de estimación que nos ha concedido... El Duque se inclinó, levantando al mismo tiempo los pesados párpados para dirigir a su interlocutora una mirada, donde se traslucía la inquietud y la curiosidad.

Algo y aun algos de eso he visto por desgracia, señora dijo Salvador sorprendido de aquel sentimentalismo que por cierto modo artístico se avenía bien con el empaque funerario de su distinguida interlocutora.

Váyase usted al demonio contestó en castizo castellano Miranda, volviendo las espaldas a su interlocutora, y olvidando, como solía, sus postizas finuras de salón ante la herida de su amor propio. Lucía aun vendó aquella noche el pie, casi sano ya, de Miranda.

Aquí se sonrió Sagrario, contó con los ojos y con el pulgar y el índice de su mano izquierda las varillas de su abanico abierto; y sin cesar en este entretenimiento ni mirar derechamente a su interlocutora, la replicó con acento de indiferencia: Después de todo, ¿qué más le da? ¡Pues me gusta!...