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Abrió el paraguas, mas a los pocos pasos, el viento que soplaba huracanado en el Campo de los Desmayos se lo volvió. En la imposibilidad de cerrarlo y sintiéndose empujado violentamente por el huracán, el joven excusador se refugió en el negro, enorme portal de Montesinos. Nunca pasaba por delante de él sin sentir cierto estremecimiento de temor y curiosidad.

No tardó en salir a la carretera. La luna brillaba en lo alto del firmamento. De vez en cuando, grandes nubes espesas, flotantes tapaban su disco, pero al instante volvía a lucir. En las regiones superiores de la atmósfera soplaba un viento huracanado. Abajo parecían reinar el silencio y la paz. Josefina no salía de su desmayo. El conde le limpiaba con su pañuelo la sangre.

Cual la celda de un mísero ermitaño queda abierta a los vientos del desierto, así mi corazón quedóse abierto al soplo huracanado del engaño. Del fondo de mi vida agonizante se alzaba aquel recuerdo torturante, en su quietismo silencioso y vago, cual se alza en las mañanas invernales la bruma de las nieblas invernales sobre las aguas límpidas de un lago.

Pero ya misia Casilda había cogido la lámpara, y dijo que iría al cuarto, a ver... Quizá, el joven había vuelto y no lo sabían; la señora delante, alumbrando, don Pablo detrás, y la india de escolta, subieron la escalerilla, defendiéndose del viento huracanado, que quería matar la luz.

Si no tememos á pesar de la lluvia y el viento huracanado, detenernos en la orilla, protegidos por el pobre abrigo que ofrece el tronco de un sauce, veremos con cuánta rapidez puede aumentar el caudal del arroyo, cómo se aumenta la velocidad de su corriente, llena su cauce hasta los bordes y, salvando las orillas, inunda los campos cultivados.

Cesó de preguntar cuando el médico le hubo dado, a media voz, algunos detalles, empleando términos técnicos. La noche caía. Máximo apenas salía del cuarto de la paciente. Sintióse Julián tan triste y solo, que ya se disponía a subir y encender su altar, para disfrutar al menos la compañía de las velas y los cuadritos. Pero don Pedro entró impetuosamente, como una ráfaga de viento huracanado.

Apenas teníamos horizontes, y estos de un color plomizo muy pronunciado; el viento completamente huracanado traía su furia del Nordeste; las mares se precipitaban unas á otras en inmensas trombas, las cuales al romper rebasaban la obra muerta, siendo infructuosas las bombas que no se dejaban de la mano; la impetuosidad de los vientos arrancaba montañas de espuma que en menuda lluvia nos azotaba; cerrando tan angustioso cuadro mares encontradas que hacían retemblar á la pobre María Rosario, que unas veces hundía en el abismo la perilla del bauprés, para luego verla levantarse trabajosamente y rozar con la espuma las batallolas de popa.

¡Por Dios, señoritas, no deberían ustedes salir con este tiempo! Será mejor que me dejen mandar un recado al Instituto y les arreglaré aquí una buena cama. Mas la última frase se perdió en el coro de chillidos medio ahogados que arrojaban las niñas, agarradas de la mano, lanzándose en mitad del temporal, y muy pronto fueron envueltas en el torbellino huracanado.

El viento huracanado y raudo roba brutalmente su perfume a las flores y lo esparce sin disfrutarlo; en cambio el aura suave, el céfiro que dicen los poetas, vuela apacible y manso sobre los plantíos y aspira voluptuosamente sus delicadísimos efluvios. Don Juan prefería lo último. Adiós, alma mía, hasta mañana... Anda, busca otro hombre que a esta hora, estando así, a tu lado, sea tan...

En medio la fuente secular, ancho pilón de ocho lados con surtidor de granito, en forma de alcachofa, del cual salía poderosamente grueso chorro de agua cristalina, que cuando el viento huracanado de invierno le hacía pedazos inundaba las baldosas del contorno.