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Id a ver a Winthrop y decidle que no vaya a lo de Cass y que me espere... ordenad que me ensillen mi caballo. ¡Ah! esperad; tratad de vender la vieja jaca de Dunsey y de entregarme ese dinero; ¿habéis oído? Ya no mantendrá más caballos a mi costa. Y si sabéis dónde se ha metido vos lo sabéis sin duda , podéis decirle que no se el trabajo de volver a la casa.

En el estado de mi espíritu hubiera dado un mundo por poder entregarme a mismo, llegar a la catarata sin más guía que su gemido cesante, y solo, en medio de la naturaleza, detenerme de pronto frente a frente y entregarme sinceramente a la impresión... ¡Veinte, cuarenta ómnibus, estaban alineados en la estación, y otros tantos individuos gritaban a voz en cuello el nombre de sus hoteles, encomiando sus golpes de vista, la maravilla de sus panoramas exclusivos, la baratura de sus precios!

todo esto, y mucho más, veo yo, oigo y toco. ¡Y por qué el sensible Nemoroso no ha de ser posible en estos valles? ¿Qué distancia hay de ellos á las imaginaciones de Garcilaso? ¡Oh divina poesía!: te veo y te palpo.... Pues señor, aquí, tras este tupido zarzal, cabe el arroyuelo que murmura á mis pies, sobre la florida y olorosa pradera, á la sombra de estos seculares castaños, voy á entregarme á mis gratos ocios. ¡Y dirán las almas de prosa que la poesía es una quimera!

Después de larga pausa dejó el hierro en su sitio y sacó del bolsillo un papel que presentó al aya. Mira lo que acaban de entregarme. Miss Florencia lo acercó á la chimenea y pasó sus ojos por él. Un anónimo profirió sonriendo y entregándoselo de nuevo. , un anónimo... ¿Por qué sonríes? Porque me causa mucho placer que te agite tanto la pérdida del cariño de tu esposa.

El príncipe sonrió acordándose de lo que le había contado Toledo días antes: la desesperación de una señora cuarentona que venía de Niza con sus dos hijas todas las tardes y había acabado por perder cincuenta mil francos. ¡Ojalá me hubiese echado un amante! gemía la matrona con ojos lacrimosos . Mejor hubiera sido entregarme al amor. Entró Miguel en otros salones sin claraboya.

¡Pronto aprendí lo poco del oficio que tenía que aprender, y libre y despreocupado pude entregarme a la investigación paciente y minuciosa de todo lo que me rodeaba, a la observación metódica y tranquila de todo lo que veía y oía, y cuánta conquista pude hacer para mi alma anhelosa de conocer, y sedienta de vivir!

Me creía Venus, me creía Helena pasando ante «el banco de los viejos». Y para entregarme sin escrúpulo á mis expansiones de madre, recordaba á mis ídolos. También Helena había tenido hijos, y los hombres continuaban matándose por ella. Venus no había escapado á la maternidad, y los dioses y los mortales seguían adorándola, á pesar de que un retoño suyo revoloteaba por el mundo.

Allí, bajo el imperio de una voluntad ajena, vigilado constantemente para que no pudiera procurarme el veneno, llegaría forzosamente a descocainizarme. ¿Sabe usted lo que pasó? Que yo, conjuntamente con el heroísmo para entregarme a la tortura, llevaba bien escondido en el bolsillo un frasquito con cocaína... Ahora calcule usted lo que es pasión.

Las calamidades de la revolución, los peligros de la proscripción y de la guerra, las agitaciones siempre renacientes de una vida incierta y móvil, las pérdidas múltiples, vivas y dolorosas, todo esto, sin duda, ha podido imprimir a mi organización, a mi carácter, al movimiento de mis pensamientos, a la dirección de mis expresiones, yo no qué algo de singular, de inusitado, de raro, esa especie de exageración, en fin, de la cual censuras con tanta razón las desviaciones; pero, en realidad, yo no necesitaba más que entregarme a la naturaleza y a mismo, encontrarme libre de todas las impresiones extrañas que fatigaban mi corazón, volver al reposo delicioso de la soledad y al círculo de los deberes fáciles, para renovarme.

Entregarme con toda el alma a esta pasión noble, fuerte.... ¡Ana, Ana y nada más en el mundo! Ella también está sola, ella también me necesita.... Los dos juntos bastamos para vencer a todos estos necios y malvados». Pálido, casi amarillo, agitado, muy nervioso, llegaba De Pas al lado de su amiga mística, cada vez más hermosa, de nuevo fresca y rozagante, de formas llenas, fuertes y armoniosas.