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Afortunadamente, después del curso con don Gregorio Azurmendi, que nos explicaba matemáticas vestido de frac y corbata blanca, llegaron las vacaciones de verano. Yo no podía hacer grandes escapadas, porque estaba vigilado; pero algunas veces me fui a pescar chipirones y jibias con un pescador, fuera de las puntas. Mi madre se alarmaba tanto, que me quitaba todos los alientos.

Me acordé que a aquella hora, casi todas las mañanas me respondía otra voz, que Magdalena se asomaba a la ventana y me saludaba; pensé en la emoción que me causaba aquella entrevista cuotidiana, antes sin encanto ni peligros y que luego se había convertido en verdadero suplicio, y entré, atrevidamente, casi contento como si algo que en había de temeroso y vigilado, tomara sus vacaciones.

Maltrana hablaba de esta fiesta con orgullo, presentándose como su principal organizador. Había vigilado los ensayos durante varios días, yendo del piano del salón, junto al cual probaba su voz Mrs.

Allí, bajo el imperio de una voluntad ajena, vigilado constantemente para que no pudiera procurarme el veneno, llegaría forzosamente a descocainizarme. ¿Sabe usted lo que pasó? Que yo, conjuntamente con el heroísmo para entregarme a la tortura, llevaba bien escondido en el bolsillo un frasquito con cocaína... Ahora calcule usted lo que es pasión.

Era tan perfectamente cándido e ignorante, que el primer despertar de ciertos impulsos en medio de mis ingenuidades me fue señalado por una inquieta mirada de mi tía y una equívoca y curiosa sonrisa de Oliverio. Pensé que era vigilado y me vino el deseo de averiguar la causa de aquella vigilancia. Fue una falsa sospecha que por primera vez en la vida me hizo ruborizar.

A la salida, repetición del desfile: junto a la pila se situaron tres o cuatro de los que ya no se llamaban dandys ni todavía gomosos, sino pollos y gallos, haciendo ademán de humedecer los dedos en agua bendita, y tendiéndolos bien enjutos a las damiselas para conseguir un fugaz contacto de guantes vigilado por el ojo avizor de las mamás.

Al aproximarse el día de la lucha, mostraban los contratistas los fajos de billetes de Banco, con los que habían de anonadar á los pobres cuitados de Guipúzcoa. El Chiquito de Ciérvana era vigilado y mimado como si fuese una tiple hermosa. No iba á las minas, y acompañaba por las noches á los contratistas, preocupándose todos ellos de lo que comía y bebía.

A principios de Setiembre, habiendo llegado a estar tres días sin mentar para nada aquel galimatías del alma, las dos señoras estaban muy alegres confiando en que pasaría pronto el ramalazo. Volvieron los paseos de noche, y por fin le permitieron salir solo, y reanudó sus trabajos en la botica, cuidadosamente vigilado por Ballester. Fortunata tenía además otros motivos de hondísima pena.

Prefería, acompañándose de un acordeón que no le abandonaba, cantar canciones sentimentales de su país. Al año conocía yo a toda la gente pontonera. Había algunos viejos confinados que tenían una industria curiosa. Consistía ésta en hacer un agujero en el pontón y vendérselo al que pagara más. Estos agujeros debían salir entre el nivel del agua y la galería baja, lugar vigilado de noche y de día.

Por instinto adivinaba una maniobra ofensiva por parte de los enemigos de su prima. Amargamente vituperado por Clementina, que le acusaba de no haber vigilado suficientemente á Roussel, tenía empeño en tomar un desquite. Y su amor propio, su odio y su interés reunidos le impulsaban á seguir las huellas del solterón. La noche estaba oscura y serena.