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Barcelona es residencia ordinaria de doce ó catorce cónsules extranjeros, y ofrece amplias facilidades al viajero. Temiendo entregarme desde muy temprano al martirio de las diligencias, tomé pasaje en el vapor «Cataluñaque iba para Hamburgo, y me dirigí á la provincia de Tarragona. Sin haber tenido amigos en Barcelona, confieso que me alejé de su animado puerto con algun pesar.

El pan se me ha acabado, Y roto entre xarales el vestido, Los zapatos rasgados, El brio consumido, De modo que no puedo Un pie del otro pie pasar un dedo. Ya la hambre me aquexa, Y la sed insufrible me atormenta, Ya la fuerza me dexa, Y espero desta afrenta Salir con entregarme A quien de nuevo quisiere cautivarme.

Tenía la bochornosa debilidad de dudar entre la salvación de Jacobo y la mía: usted me ha aconsejado. Ya no hay duda posible. Entregarme de nuevo á un monstruo como usted, sería completar mi crimen. Sorege dió un salto al oir el ultraje y dijo, ya de pie: ¿Así recompensas los servicios que he prestado? ¡Me he comprometido por ti y me entregas á mis enemigos!

¡El miserable! rugía yendo de un lado a otro de la habitación. ¡Cuán loca he sido! ¡Entregarme a él, creerle un hombre, confiarme a su amor, perder la tranquilidad y la única familia que me resta!... ¿Por qué no me dejó marchar sola?

En todo caso, he cometido una imprudencia. ¡Entregarme así indefenso a una mujer! ¿Estaría embriagado o habría perdido el juicio?... La condesa tiene la culpa de todo. El odio que me tiene debe ser muy grande para que la haya impulsado a cometer un acto tan perverso y estúpido. Revelarle a una persona extraña el secreto del que dependía su propia fortuna, su honor, su vida.

No puedes figurarte qué tono tan displicente sabe sacar esa chiquilla cuando quiere. Si trato de hablar con otra, basta que Esperanza me ponga la cara risueña para que la deje inmediatamente. He llegado a pasar un mes sin dirigirle apenas la palabra; pero al fin no pude resistir más y volví a entregarme. Prefiero su conversación, aunque me maltrate, a la de todas las demás....

Después, descendiendo por los estrechos escalones, a la claridad de un tragaluz, en los subterráneos del monasterio, avancé lentamente por entre los restos de la muerte de que estaban sembrados; y, deseoso de entregarme sin distracción, al sentimiento vago y casi dulce que me inspiraba la solemnidad de aquel retiro, me senté sobre un ataúd destruido.

El Príncipe moro invita al viejo Guzmán á celebrar con él una entrevista; preséntase en las almenas de la plaza; traen á su hijo con sus pesadas cadenas; ¡qué escena entre el padre y el hijo al volverse á ver! ¿A dónde Lleváis maniatado, Infante, Ese cordero inocente, Que aún apenas balar sabe? Al sacrificio, Guzmán, Si no tratas de entregarme A Tarifa antes que el sol A los antípodas baje.