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10 Entonces Dalila dijo a Sansón: He aquí me has engañado, y me has dicho mentiras: descúbreme, pues, ahora, yo te ruego, cómo podrás ser atado. 12 Y Dalila tomó cuerdas nuevas, y le ató con ellas, y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y los espías estaban en una cámara. 13 Y Dalila dijo a Sansón: Hasta ahora me engañas, y tratas conmigo con mentiras.

Dícenme que gobiernas como si fueses hombre, y que eres hombre como si fueses bestia, según es la humildad con que te tratas; y quiero que adviertas, Sancho, que muchas veces conviene y es necesario, por la autoridad del oficio, ir contra la humildad del corazón; porque el buen adorno de la persona que está puesta en graves cargos ha de ser conforme a lo que ellos piden, y no a la medida de lo que su humilde condición le inclina.

Crees que vives fuera de esa influencia, porque no vas á misa, ni te tratas con curas; pero todo llegará, irás, y hasta es posible que te arrodilles ante algún confesonario de la iglesia de los jesuítas. Estás en el círculo de su influencia: te tienen al alcance de su mano por medio de la familia; ya te agarrarán. ¡Apenas si es mal bocado el millonario Sánchez Morueta! El aludido sonrió. ¡Bah!

Los tiros no eran para . ¿Qué enemigos tengo yo? ¿Quién puede querer mal á un pobre piloto que no ve á nadie?... ¡Guárdate! sabrás tal vez de dónde viene eso: tratas muchas gentes. El capitán adivinó que se acordaba de las aventuras de Nápoles y de aquella proposición vergonzosa guardada como un secreto, relacionándolo todo con la nocturna agresión.

Paz es la que tienen los españoles entre si, y la que tienen los indios entre nosotros, gozando cada uno de su libertad, y de lo que tiene, sin que ninguno se lo quite, ni quiera mandarle, ni tenerlo debajo. Esto llamamos paz, y esta la abrazarémos muy de corazon. Pero si no tratas de esta paz, y quieres la que los españoles llaman paz, no verás que la admitamos mientras el sol gire por el cielo."

El Príncipe moro invita al viejo Guzmán á celebrar con él una entrevista; preséntase en las almenas de la plaza; traen á su hijo con sus pesadas cadenas; ¡qué escena entre el padre y el hijo al volverse á ver! ¿A dónde Lleváis maniatado, Infante, Ese cordero inocente, Que aún apenas balar sabe? Al sacrificio, Guzmán, Si no tratas de entregarme A Tarifa antes que el sol A los antípodas baje.

¡Ordinario, vulgarote! vociferó ella. Y mientras el atorrante bajaba las escaleras, saltando los peldaños de cuatro en cuatro, Angelita, echada sobre la barandilla, le hacía pitos, diciendo de burlas: ¡Adiós, tío Agapo! Arrojóle un salivazo, tan certero, que le cayó en la mano. ¡Puerca! ¡víbora! refunfuñó el filósofo. Pero, mamá decía Susana, ¿por qué le tratas de ese modo?

CHUPIN. ¡Es posible! ¡Pero vuelvo...! Y, además, mira cómo me tratas... ¡Ya no soy tu ayuda de cámara...! ERNESTO. Entonces, ¿qué eres...? CHUPIN. ¡Soy tu padre...!

De mucho contestó el hombre, añadiendo en una voz grosera y ruda, que llevaba impresa la inenarrable marca del lenguaje inculto del paisano. Lo que digo lo haré. sabes bien eso, ¿no es así? Por cierto contestó. Pero ¿por qué me tratas de esta manera? Piensa en el peligro a que me expongo viniendo a verte aquí de noche. ¿Qué pensaría la gente si lo supiera?

Al cabo se acercó por detrás á su querida y, tomándole el rostro entre las manos, le dijo inclinándose: No hablemos más de eso. Seamos felices. Hace ya algún tiempo que me tratas con mucha crueldad, ingrata. Mis caricias no logran despertar en tu corazón un movimiento de ternura ni en tus labios una sonrisa. Á medida que mi amor crece parece debilitarse el tuyo. Te encuentro muy fría.