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Cerca de la estación, la nueva capilla metodista, semejante a una enorme locomotora, precedida, a manera de salvavidas, de su piramidal escalinata, parecía esperar que algunas casas se le agregaran para irse a un lugar más placentero. Y el orgullo de Génova, el gran Instituto Crammer, para señoritas, dominaba la avenida principal con su extraña fachada de ladrillo y su alta y majestuosa cúpula.

La proclama que se pone en boca de Castelli, es la traduccion casi literal de la que él dirigió á los pueblos, en el momento de levantar el estandarte de la Revolucion del Sud. Sereno marcha á su lado Crammer, valiente soldado, Hijo de un pueblo esforzado Y de grande corazon. Crammer, que era el segundo de Castelli, murió en la batalla de Chascomús.

Las muchachas, conversando en voz natural, recostadas en el trineo, recobraron su anterior tranquilidad. ¿A dónde voy a llevar a ustedes? dijo tranquilamente el incógnito sujeto. Hubo, entre ellas, una rápida consulta, y por fin, Catalina dijo con decisión: Al Instituto Crammer. Ascendieron en silencio la cuesta hasta que el largo y ascético edificio se destacó ante ellas.

Con escrutadora mirada examinaba los rígidos detalles de la sala, desde el pulimentado calorífero de vapor parecido a un enorme soda-cracker barnizado, que calentaba un extremo del cuarto, hasta el busto monumental del doctor Crammer, que daba escalofríos en el opuesto, desde el padrenuestro dibujado por un ex maestro de caligrafía, con tal variedad de elegantes rasgos de escritura, que disminuía notablemente el valor de la composición, hasta tres vistas de la población, tomadas del natural desde el Instituto, por el profesor de dibujo, y que nadie hubiese sido capaz de reconocer; desde dos citas ilustradas del Antiguo Testamento, escritas en letra inglesa, tan horriblemente remotas que helaban todo humano interés, hasta una gran fotografía de la clase superior, en la cual las niñas más bonitas tenían el color etiópico, sentadas, al parecer, unas sobre las cabezas y hombros de las otras.

Desde cualquier punto de la ciudad, se divisaba fácilmente el Instituto Crammer; así es que, bajo este punto de vista, no desmentía su carácter de establecimiento público en el que no faltaba nunca un visitante en su escalera y una cara bonita asomada a sus ventanas.

El chillido de la locomotora despertó la culpable conciencia de tres señoritas del Instituto Crammer que en aquel momento se regalaban en una calle vecina, en la dulcería de doña Brígida, comiendo pasteles.

Recorriendo va á galope Las legiones desbandadas Gritando: «Tenéis espadas; «Venid, morid con honorSereno á su lado marcha Crammer, valiente soldado, Hijo de un pueblo esforzado, Y de grande corazon. Los cobardes no se ponen Al alcance de la lanza, Porque siembra la matanza Como el rayo destructor.

Al día siguiente la señora de Federico, acompañada del Reverendo Asa Crammer, director del Instituto, y de don José Robinson, personas respetables en extremo, se presentó indignada a Príncipe, teniendo lugar una borrascosa entrevista para reclamar a Carolina. No, no podemos permitir en manera alguna tal intervención decía la señora de Federico, mujer vestida a la moda y de dudosa apariencia.

En el locutorio preguntan por la señorita Carolina Galba. Don Juan Príncipe, nombre estampado en la tarjeta y en varias cartas y credenciales sometidas al Reverendo señor Crammer, se paseaba impaciente por el severo aposento designado oficialmente con el nombre de sala de recepción, y privadamente entre las alumnas con el de purgatorio.

Hojeó maquinalmente las páginas de catálogos escolares, los Sermones del doctor Crammer, los Poemas de Henry Kirke White, las Leyendas del Santuario y Vidas de mujeres célebres; su ya viva imaginación, nerviosamente acrecentada por su situación especial, le representó las tiernas reuniones y conmovedoras despedidas que debían haber tenido lugar allí, y extrañose de que el aposento no guardara algo que pudiese expresar tales humanos sentimientos, y hasta había olvidado casi el objeto de su visita, cuando se abrió la puerta para dejar paso a Carolina Galba.