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Terrible es el matador hombre; pero el matador niño, ¿qué nombre merece?... Dicen que este tiene trece años. ¡Qué país! ¡Pero qué país! En Málaga son frecuentes estos casos. Y en Madrid lo van siendo también. ¡Y nos ocupamos de escuelas! ¡Presidios es lo que hace falta! Escuelas penitenciarias, o cárceles escolares... Es mi tema».

Además, Juan tuvo la suerte de encontrar a mi padre quien lo dirigió y sostuvo. ¿Quién es ese Juan? Un niño abandonado, que mi padre recogió en otro tiempo y que ha sabido adquirir en nuestra cristalería de Creteil, la ciencia completa de su oficio, sin descuidar sus estudios escolares. Con una rara facultad de asimilación siguió los cursos nocturnos y aprovechó toda ocasión de instruirse.

Discutía y luchaba con los escolares con más aguda invectiva y brazo más poderoso que cualquiera de éstos, y el maestro la había encontrado varias veces a algunas millas de distancia, descalza, sin medias y con la cabeza descubierta, en los senderos de la montaña, siguiendo las pistas con el olfato y maña de un montañés.

Parece que el día 5 de Diciembre de aquel año, los escolares del colegio de Maese Rodrigo, escogieron por obispillo á un estudiante nuevo, según costumbre, el cual se llamaba Esteban Dongo, y colocándole su mitra de papel, comenzaron en la puerta de los estudios á rendirle el burlesco acatamiento que era uso; mas en vez de limitarse á las bromas corrientes, se entusiasmaron demasiado, alborotando mucho y dedicándose á recorrer las calles, en las cuales atacaban á cuantas mujeres y hombres veían al paso, haciendo detenerse los coches y arrojando de ellos á los que los ocupaban para que se inclinasen ante el obispillo.

Los diarios locales le darían entonces pormenores... Encontraría que lo ha mencionado el comisario, al pedir refuerzo de la policía local... En los archivos escolares habrá posiblemente algún parte del maestro explicando la batahola aquella que armaron sus discípulos con motivo del famoso capitán... Hasta se podía reconstruir su retrato físico con las caricaturas del semanario cómico...

En el patio vio matar al Padre Artigas, bibliotecario, y al hermano Elola, ambos cazados ferozmente a lo largo de los claustros, y siguiendo la dirección de algunos escolares que huían, refugiose en la capilla doméstica. Allí estaba el Padre Carasa con algunos colegiales rezando el rosario.

Hojeó maquinalmente las páginas de catálogos escolares, los Sermones del doctor Crammer, los Poemas de Henry Kirke White, las Leyendas del Santuario y Vidas de mujeres célebres; su ya viva imaginación, nerviosamente acrecentada por su situación especial, le representó las tiernas reuniones y conmovedoras despedidas que debían haber tenido lugar allí, y extrañose de que el aposento no guardara algo que pudiese expresar tales humanos sentimientos, y hasta había olvidado casi el objeto de su visita, cuando se abrió la puerta para dejar paso a Carolina Galba.

Mientras los escolares se detenían en la esquina para emprender en la parte más llana de la acera un partido de canicas o de burras, los latinistas del «pomposísimo Cicerón» siguieron de largo, volviéndose para mirarme con cierta curiosidad entre burlona e impertinente. Al fin de la calle, delante de una tienda, una carreta, tirada por una yunta, aguardaba la salida de los gañanes.

Y se hizo abogado en unos cuantos años de estudiar regularmente y de asistir a cátedra con bastante puntualidad, sin pedir, por iniciativa propia, más vacaciones que las de reglamento, ni perorar en los motines universitarios, ni fomentar huelgas ni manifestaciones escolares de ninguna especie, aunque obligado a servir de comparsa en las que le tocaron en suerte.

Recordó Ojeda su vida en Buenos Aires años antes y las conferencias a que había asistido. Los pueblos jóvenes sienten el mismo afán de los escolares aplicados y curiosos, que, luego de oír las lecciones de los maestros, desean conocer las interioridades de su vida.