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En otra ocasión, pasando por uno de los arrabales con Genoveva, otra mujer que estaba a la puerta de una pobre vivienda, con un niño moribundo entre los brazos, le suplicó que le tomase entre los suyos y rezase un padrenuestro por él.

Yo, si no supiera el Padrenuestro y algunas migajas de buenas palabras que puedo recoger en la iglesia, por más que me pusiera de rodillas todas las noches no sabría qué decir. Sin embargo, señora Winthrop, siempre podéis decir alguna cosa que yo soy capaz de comprender observó Silas.

Con esto, la buena anciana se levantó y guardó en una alacena el plato que Dolores había servido al lego, diciéndole: Aquí se lo guardo a usted para mañana, hermano Gabriel. Concluida la cena dieron gracias, quitándose los hombres los sombreros que siempre conservan puestos dentro de casa. Después del padrenuestro, dijo la tía María: Bendito sea el Señor, que nos da de comer sin merecerlo. Amén.

En casa se rezan todas las horas canónicas; maitines, vísperas... después el rosario con su coronilla, un padrenuestro a cada santo de la Corte Celestial; ayunos, vigilias; y nada de balcón, ni de tertulia, ni de amigas, que son peligrosas.... Eso , tocar el piano si se quiere y coser a discreción.

Barbarita interrumpía un Padrenuestro para decir, todavía con la expresión de la religiosidad en el rostro: «¿Rameaditas?, , y con golpes de oro. Eso es lo que se estila ahora». Y en el pórtico, donde ya estaba Plácido esperándola, decía: «Vamos a casa de los chicos de Sobrino».

Se sentaron. D. Prisco sacó de las profundidades de su balandrán una fiambrera que contenía tortilla de jamón, luego un pedazo de queso envuelto en muchos papeles, pan y un frasco de vino. Todo ello lo exhibió con sosiego ante los ojos atónitos de su amigo. Hizo la señal de la cruz, rezaron un padrenuestro y se pusieron á merendar en silencio, pero tranquilo ya el corazón.

Sus ademanes estaban en armonía con su carácter, de tal modo, que verla y sentir ganas de rezarle un Padrenuestro era una misma cosa. Miraba constantemente al suelo, y su voz tenía un timbre nasal é impertinente como el de un monaguillo constipado.

A uno le mandó una vez que cuando sintiese tentaciones de pecar, arrimase el dedo índice a una luz hasta quemárselo, rezando después un padrenuestro: a Miguel le mandó en cierta ocasión que metiese ortigas en la cama y se acostase en cueros con ellas una noche; pero el muchacho no tuvo ánimos para cumplir esta penitencia, y a la postre el cura se vio precisado a conmutársela por otra.

Yo quisiera que todos los hombres de toda la tierra tuviesen mesa abundante a hora fija, porque así se suprimirían casi en absoluto las tentaciones de renegar de Dios. ¡Oh, qué bien estaríamos si, por último, la humanidad se desembarazase de la preocupación del pan de cada día y las naciones se organizasen al modo de grandes monasterios, en donde no hubiera pobres y ricos, y a nadie le sobrase ni a nadie le faltase la casa y la mesa, y la obediencia fuese una blanda ligadura que a nadie impidiese dedicarse con alma y vida a aquello para que Dios le dió vocación.... ¡Con qué devoción, con qué unción, con qué sinceridad se rezaría entonces el Padrenuestro!

En los pasajes que me parecían más enérgicos procuraba ahuecar la voz y hacerla sonora, campanuda; en los más tiernos me conmovía, pero de verdad, y llegaba hasta derramar lágrimas, aunque me los sabía mejor que el padrenuestro. Por la tarde estuve en el palacio de Padul. Encontré al conde sentado en una butaca, con el brazo en cabestrillo. Tenía alguna fiebre.