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En los pasajes que me parecían más enérgicos procuraba ahuecar la voz y hacerla sonora, campanuda; en los más tiernos me conmovía, pero de verdad, y llegaba hasta derramar lágrimas, aunque me los sabía mejor que el padrenuestro. Por la tarde estuve en el palacio de Padul. Encontré al conde sentado en una butaca, con el brazo en cabestrillo. Tenía alguna fiebre.

Los señores de Gautet, Bersonín y Dechard le siguieron una hora más tarde, llevando el último un brazo en cabestrillo. Se ignora la causa de la herida, pero se sospecha que ha tenido un duelo, en el que figura como causa una mujerInformes auténticos observé, alegrándome al saber que el bribón tenía buena memoria mía.

El sargento se acercó al grupo y, encarándose con uno de ellos, dijo: Mi general. ¿Qué hay? Este paisano, que trae unas cartas para el general en jefe. Martín se acercó y entregó los sobres. El general carlista se arrimó a un farol y los abrió. Era el general un hombre alto, flaco, de unos cincuenta años, de barba negra, con el brazo en cabestrillo.

El jardinero abrió y la puerta dió paso á Mauricio Aubry. Llevaba el brazo izquierdo en cabestrillo y su cara estaba todavía pálida. Esperando que vinieran á decirle si iba á ser recibido, se acercó maquinalmente al pabellón del portero. Tenía verdaderamente un aire distinguido y Herminia, que le miraba con sencillez, encontraba en verle un vivo placer.

Rosa sonrió tristemente. Por último, otro día la halló con un brazo en cabestrillo sobre un pañuelo anudado a la garganta. Aquella vez se había caído viniendo de la fuente con una herrada en la cabeza. Andrés quedó preocupado. No acertaba a explicarse tantas coincidencias; pero como no tenía dato alguno que pudiese suministrarle explicación más verosímil, pronto se disiparon sus cavilaciones.

Dos bultos aguardaban afuera. Levanté el farol para reconocerlos antes de dejarlos entrar, y conocí ¡Dios misericordioso! a Neluco y a Chisco... También Canelo estaba allí, acurrucado. Entraron, me abalancé a ellos y los abracé casi llorando de alegría. ¡Pero en qué estado se hallaban! Chisco, macilento, desalentado, con la cabeza vendada y un brazo en cabestrillo.

«¿Enfermo? dijo Maxi, clavando en ella sus ojos de iluminado . En efecto, tenía un brazo en cabestrillo. ¿Pero por dónde sabes...?». No, no, yo no sabía nada replicó Fortunata enteramente aturdida. ¡ lo has dicho! exclamó Rubín con la mirada terrorífica . ¿Por dónde lo sabes? La prójima se puso como la grana; después volvió a palidecer.