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Chinchoso, feo; como lo hagas, mañana te doy un pellizco que te acordarás toa la vía. «Efectivamente decía yo para mientras caminaba hacia casa , merecía que se lo llamase; ¡pero es tan saladaPor aquellos días ocurrió en la casa donde vivía una desgracia que, si bien no me tocaba de cerca, no dejó de impresionarme. Una mañana, un poco antes de almorzar, noté cierto movimiento.

Parece que usted no perdona a ninguna, «desde la princesa altiva, a la que pesca en ruin barca». Pero aquí estoy para velar por la moral. Ya la moral huyó de Grecia, ya no se baila el rigodón. empezó a cantar el comandante, repitiendo un pasaje de cierta zarzuela bufa muy popular. Al mismo tiempo tiraba por las narices a la joven, quien se apartó con furia. ¡Déjeme usted, chinchoso, feo, patoso!

Decía que la indiscreción del chinchoso de su hermanito, llegado justamente en el momento en que estaba tratando con su amiga de los puntos más delicados, por poco hace fracasar las negociaciones. El hermanito empalidecía escuchando aquel horrible peligro que había corrido sin saberlo.

Pepita me preguntó si volvería al día siguiente, y como le respondiese que no sabía si me sería posible, dijo haciendo un mohín de enfado que yo era «tan chinchoso y tan apestoso» como mi amigo Villa. Salimos formando grupos, que se fueron dispersando por las laberínticas encrucijadas de las calles. Villa iba delante dando vaya a unas muchachas, alegre otra vez y despreocupado.

Pues volviendo a mis asuntos, digo que comenzó a germinar en mi mente una idea, y fue la de acometer de nuevo la vía del capellán del colegio para llegar hasta mi adorada Gloria. El genio astuto de la raza galaica, que late en el fondo de mi ser lírico, me suministró una traza apropiada al caso. Yo tengo en Madrid un tío carnal, hermano de mi madre, que es alto empleado en el Ministerio de Gracia y Justicia desde hace años. Goza allí de gran consideración, y ha repartido en su vida no pocas canonjías y hasta ha influido poderosamente en la elección de algún obispo. A este le escribí rogándole me enviase una tarjeta de recomendación para algún dignatario de la catedral. Mientras llegaba la respuesta, seguí asistiendo a la tertulia de las de Anguita. Y, cierto, no lo pasaba mal. A los tres o cuatro días, según me había anunciado Villa, era íntimo de la casa. Pepita me llamaba chinchoso y mal gallego a cada instante; Ramoncita me trataba con la misma gravedad campechana que a los amigos antiguos, y Joaquinita celebraba conmigo numerosas conferencias de quince minutos cada una.

Por los ventanuchos abiertos salía, con el olor a fritangas y el ambiente chinchoso, murmullo de conversaciones dejosas, arrastrando toscamente las sílabas finales. Este modo de hablar de la tierra ha nacido en Madrid de una mixtura entre el deje andaluz, puesto de moda por los soldados, y el dejo aragonés, que se asimilan todos los que quieren darse aires varoniles.

Calcúlese mi sorpresa y alegría cuando al pasar por delante de la casa vi la ventana abierta y percibí, como todas las noches, blanquear la figura indecisa de mi adorado sueño. Acerqueme con precaución, temiendo una emboscada; pero en seguida me convencí, al escuchar su voz, de que eran infundados mis temores. Me saludó muy enfadada, llamándome chinchoso, feo, ente, fatuo..., ¡gallego!