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Yo vi el acero brillar; vi la sangre correr; después no percibí nada, no sentí nada; había perdido el conocimiento.

Al llegar al corredor de cristales que daba vuelta a todo el patio, percibí con claridad los objetos, por la mucha luz de la luna que allí penetraba. Entonces medité, y formulando vagamente un plan, dije: Aquí buscaré un sitio donde ocultarme. Lord Gray no puede haber llegado todavía. Le espero, y cuando venga le saldré al paso. Puse atento el oído, y creí sentir un rumor vago.

Ya había contado dos o tres veces todos los retratos que adornaban la sala y hasta las vigas del techo, cuando percibí junto a un ligero ruido. Producíalo una puerta mal cerrada que el viento acababa de abrir. Me acerqué a ella y vi un lindo gabinete, iluminado claramente por dos grandes ventanas y una puerta de cristales, que daban a un jardín espléndido.

El mismo chillido resonó una o dos veces más, me fue necesario sorprenderlo al paso, y ya no lo percibí más. Todo estaba inmóvil y somnoliento. Un pequeño número de estrellas, muy brillantes, vibraban en el firmamento. Apenas se notaba la sensación del frío aunque era más intenso por la limpidez del cielo y la ausencia de viento.

Balbucía o ceceaba, y su soliloquio, en que se le escapaban voces articuladas, era de los que indican una gran agitación del alma. Algunas voces tenues y confusas que salían de sus labios, llegaron a mi oído y percibí con toda claridad estas dos palabras: «<i>Tengo miedo</i>».

Al llegar a la puerta diome en el rostro un vaho caliente, y percibí un fuerte olor acre y penetrante, que no era solo de tabaco, pues este se siente apenas se pone el pie en la fábrica, sino de sudores y alientos acumulados, la infección que resulta siempre de un gran número de personas reunidas en el verano. Eran las once de la mañana, y el calor tocaba a su grado máximo.

Presentíase allí una de esas catástrofes sumamente grandes para caber dentro del hogar, y que se desbordan hasta el exterior. Cuando llegué, percibí gemidos sollozantes. Salían del fondo de un pequeño corredor, de dentro de una gran habitación atestada y clara como una sala de estudios.

Imposible de todo punto leer en el camino aquel día. Llovía a torrentes, y la tramontana arrojaba el agua a cubos al rostro... Hice la caminata de un tirón, y después de andar tres horas, percibí a la postre ante los tres cipresitos en medio de los cuales guarécese del viento la comarca de Maillane. No andaba ni un gato por las calles de la aldea; todo el mundo estaba en misa mayor.

Desde muy lejos percibí el ruido de los cascabeles de los caballos, y vi acercarse encuadrada en la verde cortina que formaban los setos vivos, la silla de posta, blanca de polvo, que cruzó el jardín y se detuvo delante del portal. Lo primero que impresionó mis ojos fue el velo azul de Magdalena que flotaba detrás de la portezuela del carruaje. Bajó ligera y se abrazó a Oliverio.

Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. Hasta entonces la patria se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el Rey y su célebre Ministro, a quienes no consideraba con igual respeto.