United States or Malaysia ? Vote for the TOP Country of the Week !


No obstante, como veía claro que Miguel no aprobaba su conducta y su propia conciencia tampoco, se esforzó en demostrar que Adolfo era un muchacho aturdido, pero de un fondo excelente; que Maximina era muy susceptible, que no sabía aguantar una broma y tratar a su primo como lo que era... un niño. Por último, allá se fue con él acariciándole y prometiéndole varias cosas para que se calmase.

No le fue difícil llegar al despacho del señor Director. Al verle y darse a conocer y preguntar por el Sr. Rufete, se le vinieron tantas lágrimas a los ojos y la garganta se le obstruyó de tal modo, que tuvo que callarse. El Director, hombre compasivo, la mandó sentar, rogándole que se calmase.

Luego que la hubo bien doctrinado pasó á otra conversación, porque suponía que, dado el estado de ánimo de su amiga, era difícil que aceptase sus enseñanzas. Se necesitaba que trascurriesen algunos días para que se calmase y surtieran efecto. Soledad quería marcharse en seguida para su tierra. No lo consintió su amiga, esperando que la nube se disiparía y vendría la reconciliación.

Mas, general murmuró, yo quiero librarme de la presencia odiosa del viejo Ti-Chin-Fú y de su papagayo... Si yo entregase la mitad de mis millones al tesoro chino, ya que no me es dado personalmente, como Mandarín, aplicarlos a la prosperidad del Estado, tal vez Ti-Chin-Fú se calmase. El general puso paternalmente su ancha mano sobre mi hombro. Error, considerable error, joven.

María recibió con humildad tal granizada de insolencias, afirmando con palabras tiernas y persuasivas, siempre que le dejaba un instante para hablar, que le seguía amando con toda su alma; que podía poner a prueba su amor siempre que quisiera, pues resuelta estaba a hacer por él cuantos sacrificios exigiese menos el de su conciencia; que le atravesaban el pecho las sospechas de traición y de engaño, pero que se las perdonaba, teniendo presente el estado de exaltación en que se hallaba; que sentía igualmente en el alma que calificase de grotescos y ridículos los móviles de su resolución, cuando ella los tenía por tan respetables, y, en fin, que le rogaba se calmase.

Por una prisionera fue la disputa de los reyes, porque Agamenón se resistía a devolver al sacerdote troyano Crises su hija Criseis, como decía el sacerdote griego Calcas que se debía devolver, para que se calmase en el Olimpo, que era el cielo de entonces, la furia de Apolo, el dios del Sol, que estaba enojado con los griegos porque Agamenón tenía cautiva a la hija de un sacerdote: y Aquiles, que no le tenía miedo a Agamenón, se levantó entre todos los demás, y dijo que se debía hacer lo que Calcas quería, para que se acabase la peste de calor que estaba matando en montones a los griegos, y era tanta que no se veía el cielo nunca claro, por el humo de las piras en que quemaban los cadáveres.

Últimamente, después que se hubo bien desahogado, se salió de la estancia sin dejar de ladrar y gruñir y vomitar amenazas de muerte. A la segunda vez que Sánchez le presentó el cartón no se satisfizo con esto. Lo cogió airado entre los dientes y en menos de un segundo lo hizo trizas. Sánchez comprendió que era necesario esperar que se calmase aquella cólera insensata.

El jardín dormido hasta hacía un momento, en el seno de las tinieblas, empezaba a revivir; por el cielo se extendía la argentina aurora de una finura de tonos exquisitos; los pájaros piaban débilmente, lanzando intermitentes cantos. El joven penetró en su casita en busca de un reposo que calmase la agitación de sus pensamientos.

Era de no acabar de oírle, y tenerle que rogar que se calmase, cuando con aquel lenguaje pintoresco y desembarazado recordaba, no sin su buena cerrazón de truenos y relámpagos y unas amenazas grandes como torres, los bellacos oficios de tal o de cual marquesa, que auxiliando ligerezas ajenas querían hacer, por lo comunes, menos culpables las propias; o tal historia de un capitán de guardias, que pareció bien en la corte con su ruda belleza de montañés y su cabello abundante y alborotado, y apenas entrevió su buena fortuna tomó prestados unos dineros, con que enrizarse, en lo del peluquero la cabellera, y en lo del sastre vestir de paño bueno, y en lo del calzador comprarse unos botitos, con que estar galán en la hora en que debía ir a palacio, donde al volver el capitán con estas donosuras, pareció tan feo y presumido que en poco estuvo que perdiese algo más que la capitanía.

En semejantes circunstancias tenía necesidad de los consejos jurídicos y de las artimañas de aquel práctico astuto. Le escribió enseguida. Á Mauricio le escribiría al día siguiente: convenía que el tiempo calmase su cólera y produjese el desaliento.