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Pues un negocio tal ansina emprendes? Pues qué quieres que haga, Saavedra? Que mis ancianos padres ya son muertos, Y un hermano que tengo, se ha entregado En la hacienda y bienes que dexaron, El qual es tan avaro, que aunque sabe La esclavitud amarga que padezco, No quiere dar para librarme della Un real de mi mismo patrimonio.

En un abrir y cerrar de ojos, por un movimiento de ascensión, saltando del fondo con un empuje del pie y un esfuerzo de los brazos, salimos á la superficie; pero, al menos yo, no ceso de agitarme como para librarme del escozor que el agua helada me produce: nado á la desesperada igual que si luchara contra una corriente amenazadora.

Había olvidado este pasado, y al caer, me aturdía con su peso sonoro, vibrante de recuerdos. «¡Pobre hombre!... ¡En qué mundo de compromisos y enredos voy á meterle!... ¡No! ¡no!» Y huía de ti con astucias de colegiala traviesa, saliendo del hotel cuando te habías alejado por unos momentos, doblando otras veces una esquina en el preciso instante que ibas á volver los ojos... Sólo me dejaba abordar, fría é irónica, cuando no me era posible librarme de tu encuentro; y después, en casa de la doctora, hablaba de ti á cada instante, riendo con ella de estos galanteos románticos.

Basta, ; ya pasó, ya pasó. Hablaré ahora de lo que quieras. Es que yo no me fío de esa cabeza... Sin embargo, óigame usted, padrino. Estoy inclinada a renunciar a mis derechos para librarme de la persecución de los malos. ¡Qué infames picardías! ¿Debo o no debo hacerlo? Respecto a mis derechos, ¿los tengo yo? ¿Son un delirio o una verdad?

Ya lo supongo contestó el Canciller abriendo los brazos; cerrándolos repetidas veces. ¡Oh, desgraciados, desgraciados! exclamaron en coro los Emperadores, Espartero y demás personajes. Y menos desgraciada yo añadió la dama, que encontré un protector y amigo en el valeroso y constante Migajas, que supo librarme del bárbaro suplicioPacorro se puso colorado hasta la raíz del pelo.

No, señorita, de ninguna manera... No puedo hacer eso... ¿Por qué, tonta? ¿No ves que es por mi bien? Si yo dejara de librarme de algunos días de purgatorio por no hacer lo que te pido, ¿no tendrías un remordimiento? Pero mi palomita del alma, ¿cómo quiere usted que yo la maltrate, aunque sea para su bien?

Yo, que parezco tan alegre, lloro a solas como si dentro de tuviera algo malo de que pudiera librarme con el llanto. Llorar es nuestra defensa, con frecuencia nuestro recurso, el mayor encanto de la mujer, siempre nuestro verdadero consuelo. Pero ¡qué diferencias establece el tiempo!

Créame, usted será la primera en agradecerme la manera como organice todo para nuestra mayor comodidad. No es la idea de librarme de su afectuosa tutela la que me induce a hacerle este ruego; lamento igualmente que usted haya podido suponerlo repuso la joven algo entristecida, pero, ¿se tiene jamás la seguridad de conservar una fortuna? ¿Quién conoce el porvenir?

Tomó por fuerza una de mis manos y la retuvo entre las suyas, mientras que yo, dominada por una timidez que no había sentido jamás, volví a un lado la cara y hacía esfuerzos por librarme. Déjame esta mano tan pequeñita y linda; me pertenece. Vuelve la cara hacia acá, Reina. Miré de frente a aquellos hermosos ojos francos que me sonreían, y exclamé: ¡Alabado sea Dios!

Sólo la muerte puede librarme: yo debería esperarla, porque no tardará; pero el mal no espera, no. »Si la apeno, perdóneme usted. Piense usted que no tengo a nadie más en el mundo a quien decir estas cosas en esta hora extrema. Todavía quisiera dirigir a usted otro ruego: acepte usted mis memorias, que dejo para usted. Estoy segura de que las conservará usted con el amor que siempre me ha tenido.