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La fundación, dotación y construcción del colegio de los Jesuitas ocuparon la atención del célebre Prelado de que hablamos, en los últimos años de su Pontificado, y la dirección y política de aquellos P. P. consiguieron en siete años ver levantada su fábrica y edificio con la mayor magnificencia, empleando en dicha obra mas de ciento trece mil pesos, sin contar las pinturas y alhajas que se colocaron después en la Iglesia y en el Oratorio, sagrados lugares que justamente llaman la atención del viagero.

Pero Sannini era uno de los cardenales más altamente colocados en Roma exclamé. A la muerte de Pío IX se creyó que sería nombrado su sucesor en el Pontificado. Es cierto observó el anciano, que parecía muy versado en toda la historia moderna de San Pedro, en Roma.

Fué en la Civitas aquensis de los Romanos que, según algunos anticuarios ó cronistas, nació el inolvidable Carlomagno; esa fué su residencia mas querida, por motivos que la leyenda explica, y allí murió, en 814, ese gran fundador de un imperio continental, heredero de los Césares por derecho de conquista, héroe y legislador al mismo tiempo, organizador de la gran feudalidad, y autor de ese famoso pacto con el pontificado que, ligando la Iglesia y el Estado por el vinculo del interes, hizo á los papas reyes, de la Iglesia una monarquía, de la religion un despotismo, de la autoridad real un derecho divino, y condenó á la humanidad á una lucha de cerca de once siglos que hoy se acerca á su término, gracias á la solucion preparada por la revolucion italiana.

Lo primero llenaría el Colegio de Cardenales de su religion, y por este camino se perpetuaría en ellas el pontificado: secundariamente, gobernándose ellos por sus intereses y teniendo el apoyo y brazo del Papa, podian poner en peligro los estados de muchos príncipes, particularmente de los mas vecinos.

Por último, en la tercera se leían estas palabras: «Ayudando y favoreciendo los pontífices Inocencio VIII, Alejandro VI, Pio III, Julio II, León X, Adriano VI, que, siendo cardenal de las Españas é inquisidor general, fué ensalzado á Sumo Pontificado, y Clemente VII, por mandado y á expensas del emperador nuestro señor, hizo poner estos letreros el Lic. de la Cueva, dictándoles D. Diego de Cortegana, arcediano de Sevilla.

El cuarto voto de obediencia al Papa, peculiar de la Compañía, había hecho indispensable para el Vaticano el apoyo del jesuitismo. Hasta podía afirmarse que el ejército monástico de Íñigo de Loyola había salvado al pontificado en el trance, terrible para él, de la revolución luterana. Era la antigua fábula del hombre y el caballo, puesta de nuevo en acción.

D. Domingo Abad y Huerta, natural de Cubél, provincia de Zaragoza; fue inquisidor de Barcelona donde sufrió mucho por su fidelidad en los días de las turbaciones de aquel Principado, pero el Rey Felipe IV le premió nombrándole Obispo de Teruel, de que tomó posesión en 19 de Setiembre de 1644: los breves días de su pontificado privaron a esta Iglesia de las esperanzas que concibió en los ensayos de su celo por la paz y felicidad de los teruelanos: murió al año y medio de su residencia en 16 de Mayo de 1646: su cuerpo fue enterrado al lado derecho del Presbiterio de la Catedral, quedó heredera y enriquecida con sus preciosos pontificales.

En casi los veintitres de su Pontificado, no hubo día que dejara señalado con los rasgos mas brillantes de las virtudes propias del Obispado, hallándose retratados en tan digno Prelado todos los caracteres retratados en la carta del Apóstol a Timoteo; su espíritu verdaderamente apostólico estuvo siempre solícito del bien de la Iglesia; desposado con la de Teruel por su ordenación y consagración, nunca quiso dejarla, renunciando la mitra de Jaén y de Palencia que le fueron ofrecidas, y solamente se vio obligado a ansentarse de su silla, por la causa pública de la Religión y del Estado, a la Córte de Madrid a donde Fernando VI le llamó, nombrándole inquisidor general de las Españas y Comisario general de la Cruzada, sin olvidar por esta separación la solicitud de su amada Iglesia de Teruel, como los primeros años de su residencia en ella, tomando noticia exacta de todas las necesidades públicas y particulares de su diócesis, aplicando los remedios oportunos en todo lance y favoreciendo siempre todas las piadosas empresas que animaba con sus facultades.

No seré yo quien clasifique y coloque entre las medianías ó entre los genios á muchísimos Padres de la Compañía de Jesús; pero me atrevo á asegurar que, durante los tres siglos XVI, XVII y XVIII, hasta después de su extinción bajo el pontificado de Clemente XIV, figura en ella una brillantísima serie de varones admirables por la acción, como predicadores, viajeros, mártires heróicos y exploradores atrevidos de países incógnitos y bárbaros, y una lucidísima cohorte de hombres eminentes en ciencias y en letras, descollando entre ellos muchísimos españoles, por lo cual, estando España hoy tan decaída, no goza acaso el nombre de ellos de toda la fama y el alto aplauso que merecen.

El Padre Ambrosio había ido por orden superior y en misión secreta a Roma. No importa a nuestra historia, ni sabríamos declarar aquí, aunque importase, cuál había sido el objeto de la misión del Padre Ambrosio. Baste saber que estuvo siete años en Roma, bajo el pontificado de León X, y que volvió a su convento de Sevilla el año de 1521 en que va a empezar la historia que aquí referimos.