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Firmélos: «Anteo», y el seudónimo sirvió para que mis críticos extremaran la zumba. Entiendo que mi literatura poética no era inferior a la muy aplaudida de los más afamadas poetas de Villaverde, el «pomposísimo» y el Lic. Castro Pérez, quien, de tiempo en tiempo, tenía sus dares y tomares con las esquivas deidades del Parnaso.

Sin embargo, sobradas pruebas dio de generosidad. Era preciso renunciar a todo; prescindir de estudiar; no pensar en ser médico o abogado, y perder la risueña esperanza de suceder al doctor Sarmiento o de heredar la clientela del Sr. Lic. Castro Pérez, el más ilustre jurisconsulto de Villaverde. No había más que ponerse a trabajar. ¿En qué y cómo? Sólo Dios lo sabía. ¿Cuándo? Cuanto antes.

«Muy querido discípulo y amigo: «Como te lo ofrecí anteayer, estuve anoche a visitar al señor Lic. Castro Pérez para hablarle acerca de , y de lo útil que podías serle en el despacho.

Ni la salud de Andrés ni su «piquillo» resistirían cuatro años de gastos, y cuatro años, cuando menos, me serían necesarios para que tuviera yo un título y pudiera tratar de compañero al doctor Sarmiento o al Lic. Castro Pérez. Hube de conformarme con lo que la suerte me deparaba.

1637. «Relacion ajustada en lo posible á la verdad y repartida en dos discursos. El primero de la entrada en estos reynos de María de Borbon Princesa de Cariñan. El segundo de las fiestas que se celebraron en el Real palacio del Buen Retiro á la eleccion del Rey de Romanos, por el Lic. Andrés Sanchez de Espejo Presbítero. Madrid, María de Quiñones, 1637