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Amanecía una mañana imponente, con un temporal deshecho. El viento mugía en las calles. Las mujeres y chicos de los pescadores que habían salido al mar estaban en el Rompeolas y en el muelle contemplando el horizonte en actitud de trágica desesperación. Recorrí el muelle luchando con las ráfagas de aire y subí al cobertizo del atalayero en el Rompeolas.

Aquí las carcajadas del gitano fueron tan violentas que resonaron por encima del ruido de la tempestad eme mugía fuera, con gran confusión del pobre Blasillo, que le miraba con aire de disgusto y de estrañeza. El gitano lo advirtió. Perdón, Blasillo, perdón, hijo mío; pero tu ingenua admiración por ese dulce país de Francia, como le llaman, ¡me ha recordado tantas cosas!...

El carruaje rodaba por la carretera desierta al través de los campos esclarecidos por la luz de la luna. Las nubes volaban también dispersas por los aires. El viento mugía sordamente a lo lejos. Los árboles comenzaban a agitar sus penachos. Ya se divisaba el cercado de la Granja. Luis inclinó la cabeza para despertar a la niña; pero al darla un beso sintió en sus labios el frío de la muerte.

El mar tranquilo, sin más alteración que algunas leves ondulaciones, mugía sordamente en el horizonte, formando una línea de espumas. Debía ser una barrera de obstáculos submarinos, en torno á los cuales se revolvían las aguas, hirviendo en incesantes espumarajos. El ingeniero remó directamente hacia estos escollos, adivinando que eran las crestas de invisibles murallas formadas por el coral.

Cuando Baltasar y la oradora se quedaron solos, la tarde caía, no apacible y glacial como aquella de febrero, sino cálida, perezosa en despedirse del sol; nubes grises, pesados cirros se amontonaban en el cielo; el mar, picado y verdoso, mugía a lo lejos, y una franja de topacio orlaba el horizonte por la parte del Poniente. Amparo tuvo un instante de temor. Me voy a mi casa dijo levantándose.

Abajo mugía la máquina de vapor, dando bufidos espantosos que se transmitían por las múltiples tuberías; rodaban poleas y tornos con un estrépito de mil diablos; y por si no bastase tanto ruido, las hilanderas, según costumbre tradicional, cantaban á coro con voz gangosa el Padre nuestro, el Ave María y el Gloria Patri, con la misma tonadilla del llamado Rosario de la Aurora, procesión que desfila por los senderos de la huerta los domingos al amanecer.

La luz vacilante del hogar que se extinguía iluminaba únicamente con su rojiza claridad el interior de aquel chamizo; y destacándose en el fondo la cabeza disforme del idiota que dormitaba agazapado en un rincón, resultaba verdaderamente espantosa. De Ivona no se veía más que su manta negra y sus largos cabellos grises; en el exterior mugía la tempestad.

¡Lleven y compren! mugía otro . ¡Aire!... ¡Marchen, marchen! Entre la miseria sórdida y gris acumulada en los puestos de las aceras brillaba de pronto un fulgor, deslumbrando a los curiosos.

Este animal oceánico de férreo caparazón tenía un alma que se escapaba normalmente por aquella torre con una respiración acompasada, o mugía con la furia del instinto en las noches de peligro ante el escollo cercano o la densa niebla. Sus compartimientos interiores parecían sensibles a la influencia del ambiente, como las mucosas de un organismo animal.

La Ròcha, que así apodaban á la vaca por sus rubios pelos, mugía dulcemente, estremeciéndose bajo una gualdrapa de arpillera, herida por el fresco de la mañana, volviendo sus ojos húmedos hacia la barraca, que se quedaba atrás, con su establo negro, de ambiente pesado, en cuya paja olorosa pensaba con la voluptuosidad del sueño no satisfecho. Pepeta la arreaba con su vara.