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E Ivona retorcía sus brazos, como si ella hubiese experimentado aquellas atroces convulsiones. ¡Basta, basta! dijo Kernok, que sentía que su lengua se pegaba al paladar. Has herido a tu bienhechor y a tu amante; su sangre caerá sobre ti, ¡tu fin se aproxima! ¡Pen-Ouët! llamó en voz baja.

Eres más cobarde que un hombre de Cornouailles dijo finalmente Ivona exasperada. Y como el más sangriento ultraje que se pueda hacer a un leonés es compararle con un habitante de Cornouailles, el desollador agarró a su mujer por el cuello. repitió con voz ronca y ahogada , ¡más cobarde que un hijo de la llanura!

La luz vacilante del hogar que se extinguía iluminaba únicamente con su rojiza claridad el interior de aquel chamizo; y destacándose en el fondo la cabeza disforme del idiota que dormitaba agazapado en un rincón, resultaba verdaderamente espantosa. De Ivona no se veía más que su manta negra y sus largos cabellos grises; en el exterior mugía la tempestad.

Ivona quedó en la posición que la dejara, pero su mirada continuaba siendo fija y sombría. Los cabellos de Kernok se erizaban sobre su cabeza; con las dos manos hacia adelante, el cuello tendido, como fascinado por aquella mirada pálida y siniestra, escuchaba respirando apenas, dominado por un poder superior a sus fuerzas.

¡Ivona, Ivona, cuida de tu alma, en lugar de derramar la sangre de tu hijo! dijo el desollador que estaba arrodillado y parecía absorto en una profunda meditación . ¿No oyes, pues?... Oigo el ruido de las olas que golpean esa roca, y el silbido del viento.

La rabia del desollador no conoció límites, y se apoderó de su hacha, pero Ivona se armó de un cuchillo. El idiota reía a carcajadas, agitando su cabeza de caballo llena de guijarros que producían un ruido sordo y extraño. Afortunadamente, llamaron a la puerta de la cabaña, cuando estaba a punto de ocurrir una desgracia. ¡Abrid, voto a...! ¡abrid de una vez!

¡Ella! repuso Ivona ; pero no me has pagado más que por ti. ¡Bah! seré generosa. Después reflexionó un momento poniéndose el dedo en la frente.

Pero creo tanto en eso como en las predicciones de nuestro piloto que, quemando sal y pólvora de cañón, se imagina adivinar el tiempo que hará por el color de la llama. ¡Tonterías! yo no creo más que en la hoja de mi puñal o en el gatillo de mi pistola, y cuando digo a mi enemigo: «¡Morirásel hierro o el plomo cumplen mejor mi profecía que todas las... ¡Silencio! dijo Ivona.

Usted es Pen-Hap el desollador, ¿no es cierto, buen hombre? dijo por fin Kernok que, con su bastón herrado atizaba el fuego con tanta fruición como si se hubiese encontrado en el rincón de la chimenea de alguna excelente posada de Saint-Pol , ¿y usted la bruja de la costa de Pempoul? añadió mirando a Ivona con aire interrogativo.

Antes, en mi infancia, ya era otra cosa. Entonces, como los demás, yo temblaba durante la velada oyendo esos bellos relatos, y ahora, hermosa patrona, hago tanto caso de ellos como de un remo roto. Pero ella ha querido que viniese a hacerme decir la buena ventura antes de hacerme a la mar. En fin, vamos a empezar; ¿está usted dispuesta, señora? Este señora arrancó a Ivona una mueca horrible.