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Menester es, si tales cuestiones han de tocarse sin escandalizar a las gentes, que por larga experiencia y profundo estudio sepa tocarlas el escritor con destreza y suavidad, como el cirujano y el dentista que manejan bien el escalpelo y el gatillo para rebanarnos un pedazo de carne o para sacarnos una muela sin inútil dolor y sin grave daño.

Y como su fino oído de hombre habituado á la soledad creyó percibir cierto rumor inquietante en los vecinos cañares, corrió á la barraca, para volver inmediatamente empuñando su escopeta nueva. Con el arma sobre el brazo y el dedo en el gatillo, estuvo más de una hora junto á la barrera de la acequia.

¿Por qué no? respondió Carlos sencillamente fijando en él su clara mirada. Y pasando el primero, salió por la poterna sin volver la cabeza. El otro le siguió como un perro. Si le había oído, era valiente lo que hacía el capitán... ¡Salir tranquilamente así, delante de su fusil!... No tenía más que apretar el gatillo... No había nadie... Nada que temer... Los árabes tenían buena espalda.

Su pérdida no podría menos de dolernos, como duele á cualquiera que le saquen una muela picada, aunque la muela para nada le sirva. De aquí que tratemos de empastarla ó de orificarla, y procuremos resistir á los sacamuelas de los Estados Unidos, que desean su extracción y tienen ya preparado el gatillo. Pero vamos á la estadística del Sr. Merchán.

No cayó; descendió sin prisa del lado de Traslacerca, tranquilo, acostumbrado a tal escalo, conocido ya de las piedras del muro. Don Víctor le vio desaparecer sin dejar la puntería y sin osar mover el dedo que apoyaba en el gatillo; ya estaba Mesía en la calleja y su amigo seguía apuntando al cielo.

Entonces tiró del gatillo una, y otra, y otra vez, creyendo que el arma no funcionaba, sin llegar a oír sus detonaciones, diciéndose en su desesperación que el enemigo iba a caer sobre él, privado de defensa. Ya no le veía.

El perro, sorprendido por el tono suave de la orden, vaciló; por fin se lanzó entre las urces, y al punto mismo se oyó un revoloteo, y el bando salió en todas direcciones. ¡Ahora, condenado, ahora! ¡Ese tiro! gritó don Eugenio. Julián apretó el gatillo.... Las aves volaron raudamente y se perdieron de vista en un segundo.

El pulso estaba firme; creía tener la cabeza de don Víctor apoyada en la boca de su pistola; suavemente oprimió el gatillo frío y... creyó que se le había escapado el tiro. «No, no había sido él quien había disparado, había sido la corazonada». Ello era que don Víctor Quintanar se arrastraba sobre la hierba cubierta de escarcha, y mordía la tierra.

Hubo un momento en que Batiste creyó ver algo negro que se agarraba á las cañas pugnando por remontar el ribazo. Pretendía escaparse... ¡fuego! Sus manos, que sentían la comezón del homicidio, echaron la escopeta á su cara; partió el gatillo... sonó el disparo, y cayó el bulto en la acequia entre una lluvia de hojas y cañas rotas.

Pero creo tanto en eso como en las predicciones de nuestro piloto que, quemando sal y pólvora de cañón, se imagina adivinar el tiempo que hará por el color de la llama. ¡Tonterías! yo no creo más que en la hoja de mi puñal o en el gatillo de mi pistola, y cuando digo a mi enemigo: «¡Morirásel hierro o el plomo cumplen mejor mi profecía que todas las... ¡Silencio! dijo Ivona.