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A la mañana siguiente don Saturno despertaba malhumorado, con dolor de estómago, llena el alma de pesimismo desesperado y de flato el cuerpo. ¡Memento homo! decía el infeliz, y se arrojaba del lecho con tedio, procurando una reacción en el espíritu mediante agudos y terribles remordimientos y propósitos de buen obrar, que facilitaba con chorros de agua en la nuca y lavándose con grandes esponjas.

Religión tengo, aunque no como con la Iglesia como , pues yo vivo en compañía del hambre, y mi negocio es miraros tragar y ver los papelaos de cosas ricas que vos traen de las casas. Pero no tenemos envidia, ¿sabes, Eliseo? y nos alegramos de ser pobres y de morirnos de flato, para irnos en globo al cielo, mientras que ... Yo ¿qué?

El médico era alto, fornido, de luenga barba blanca. Vestía con el arrogante lujo de ciertos personajes de provincia que quieren revelar en su porte su buena posición social. Era una hermosa figura que se defendía de los ultrajes del tiempo con buen éxito todavía. Don Robustiano era el médico de la nobleza desde muchos años atrás; pero si en política pasaba por reaccionario y se burlaba de los progresistas, en religión se le tenía por volteriano, o lo que él y otros vetustenses entendían por tal. Jamás había leído a Voltaire, pero le admiraba tanto como le aborrecía Glocester, el Arcediano, que no lo había leído tampoco. En punto a letras, las de su ciencia inclusive, don Robustiano no podía alzar el gallo a ningún mediquillo moderno de los que se morían de hambre en Vetusta. Había estudiado poco, pero había ganado mucho. Era un médico de mundo, un doctor de buen trato social. Años atrás, para él todo era flato; ahora todo era cuestión de nervios. Curaba con buenas palabras; por él nadie sabía que se iba a morir. Solía curar de balde a los amigos; pero si la enfermedad se agravaba, se inhibía, mandaba llamar a otro y no se ofendía. «

¡Anita, Anita... calle usted... calle usted, que se exalta! , , hay peligro, ya lo veo, gran peligro... pero nos salvaremos, estoy seguro de ello; usted es buena, el Señor está con usted... y yo daría mi vida por sacarla de esas aprensiones.... Todo ello es enfermedad, es flato, nervios... ¿qué yo?

Veremos qué porquerías me traes hoy... Enséñame la cesta... Pero, hija, ¿no te da vergüenza de traerle a tu ama estas piltrafas asquerosas?... ¿Y qué más? coliflor... Ya me tienes apestada con tus coliflores, que me dan flato, y las estoy repitiendo tres días... En fin, ¿a qué estamos en el mundo más que a padecer? Dame pronto estos comistrajos... ¿Y huevos no has traído?

La alimentación de Obdulia llegó a ser el problema capital de la casa, y entre las desganas y los caprichos famélicos de la niña, las madres perdían su tiempo, y la paciencia que Dios les había concedido al por mayor. Un día le daban, a costa de grandes sacrificios, manjares ricos y substanciosos, y la niña los tiraba por la ventana; otro, se hartaba de bazofias que le producían horroroso flato.

«Para disolver algún flato en el estómago, efecto del pasmo de hambre, es muy util tomar cocimiento de las raizes del arbusto Talanisog. «Para la opresion de pecho conviene que las hojas del arbusto Bani calentarlas un poquito al fuego y aplicarlas al pecho.

Era su médico predilecto, a temporadas, porque ella, fijo y único, no lo quería. Cambiaba de médico como pudiera cambiar de favorito si fuese una Cristina de Suecia o una Catalina de Rusia, y siempre tenía en movimiento un ministerio de doctores. Aguado era de los que más tiempo ocupaban el poder, por ser especialista en enfermedades de la matriz, y en histérico, flato y aprensiones, total flato.

Raro era el día que al ir a visitarla no le llevaba alguna golosina; unas veces jamón con huevos hilados, otras píos nonos rellenos de dulce crema, y en viéndola bostezar de aburrimiento, que le parecía flato, bajaba de tres en tres las escaleras para que del café cercano trajesen un bisté sepultado bajo un cerrillo de patatas.

Entendedme; las verdades, cuando las lleva un correo, llegan verdades sopladas, y ganan ciento por ciento. Pero volviendo á nosotros, ¡mal hayan, amén, los versos! se me escapan como el flato. ¡Juro á Dios!... ¡Guardad, Quevedo! Decís bien; no está en mi mano; es ya enfermedad de perro; comezón, archimanía. ¿Qué buscáis aquí? Pretendo... ¿Lo véis? vos tenéis la culpa. ¿Yo la culpa?