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El mediquillo á que me refiero era herborista-sobandero, es decir, que participaba de ambos sistemas curativos, dejando las sobas cuando el paciente prefería las hierbas.

¡Estás loco! exclamó Sánchez Morueta riendo. Por eso te ponen esa fama de hombre que tiene cosas. Si te tomase en serio, habría para sentir horror por lo que dices. Aresti se encogió de hombros. Pero ven acá, mediquillo chiflado continuó el millonario. Reconozco que esa gente es tan nociva y tan peligrosa como dices.

Pues cabalmente la sinceridad, y en su más alto grado, acompañada de un buen entendimiento, fue lo primero que yo eché de ver en el mediquillo de Tablanca. Hablando de la enfermedad de mi tío, me dijo que era mortal de necesidad. En castellano corriente añadió con un gesto y un ademán muy naturales y expresivos , es la máquina vieja cuyo organismo empieza a descomponerse.

Cerca de la caída está la cocina, y en ella nos enseñan á un grave y respetable señor, de camisa por fuera, armado de unos tremendos anteojos, cuyo varillaje difícilmente encuentra apoyo en una cosa que quiere ser narices. Aquel personaje, es el mediquillo; se encuentra rodeado de una porción de cachivaches, dando órdenes y disposiciones con un gran aplomo.

El mediquillo de Guinobatan tenía para las funciones de herboristería un recetario, sacado de su propio caletre, recetario que de su puño y letra guardo una copia, como un tesoro, entre otros autógrafos de igual mérito.

Lo cierto era que si el simpático mediquillo no estaba en lo justo en cuanto afirmaba, debía de estarlo; y que causándome cierto rubor hasta las tentaciones de contradecirle en asertos tan honrados y tan hermosos, dime desde luego, si no por convencido, por puesto en camino de convencerme muy pronto.

Híceme estas preguntas, porque enlazando sus motivos con el efecto que me había causado la inesperada ocurrencia del empecatado mediquillo, cabía suponer la existencia, en que jamás había creído, de ciertas corrientes misteriosas por lo más hondo e inexplorado del corazón... De todas maneras, existieran o no esas corrientes, el coincidir Neluco y yo, por impulso propio y espontáneo, en un punto tan singular y concreto; yo esbozando la idea mentalmente, y él, como si me la hubiera leído en el cerebro, presentándomela después con visos de realidad, era sobrado motivo para consagrar al caso toda la atención que yo estaba consagrándole.

El mediquillo vestía pantalón muy ajustado y combinaba sabiamente los cuernos que entonces se llevaban sobre la frente con los mechones que los toreros echan sobre las sienes. Su peinado parecía una peluca de marquetería. Se llamaba Joaquín Orgaz y se timaba con todas las niñas casaderas de la población, lo cual quiere decir que las miraba con insistencia y tenía el gusto de ser mirado por ellas.

Me miró entonces el mediquillo con cierta insistencia recelosa, cambió dos veces de postura en el sillón, sonrióse un poco y me dijo al fin: ¿Tacharía usted a un hombre, de los llamados cultos, porque hiciera coplas... de las buenas, se entiende, o pintara cuadros magistrales, copiados de la Naturaleza? No por cierto respondí.

El puente de Isabel II. Destrozos originados por un tifón. Un diminuto Galeno. Los sobanderos. El mediquillo herborista. Cómica gravedad. Pseudo enterradores. Recetario. Su copia. Autógrafo inapreciable. Descanso.