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De trecho en trecho, colgado de un clavo en algún pilar, un quinqué de petróleo con reverbero, interrumpía las tinieblas que volvían a dominar poco más adelante. No había más luz que aquella esparcida por las naves, el trasaltar y el trascoro, y los cirios del altar y las velas del coro que brillaban a lo lejos, en alto, como estrellitas.

Después de haber tropezado en el trasaltar con el Provisor, se había dirigido hacia el trascoro, y dentro de la capilla del otro, había visto, mirando de soslayo, dos señoras; nuevas sin duda, pues no sabían que aquella tarde no se sentaba don Fermín.

Y llegaron Ana y el obispo-madre al trascoro al mismo tiempo que De Pas subía con majestuoso paso al púlpito, donde Ripamilán cantara al comenzar el día el Evangelio de San Lucas. Buscaron sitio al pie del altar de la Concepción. Desde aquí se ve perfectamente dijo doña Petronila.

En la gran nave central del trascoro había muy pocos fieles, esparcidos a mucha distancia; en las capillas laterales, abiertas en los gruesos muros, sumidas en las sombras, se veía apenas grupos de mujeres arrodilladas o sentadas sobre los pies, rodeando los confesonarios. Aquí y allí se oía el leve rumor de la plática secreta de un sacerdote y una devota en el tribunal de la penitencia.

No quiero decirte por menudo sus grandezas; basta afirmarte que su cirio pascual pesa ochenta y cuatro arrobas de cera , y el candelero de tinieblas, de grandeza notable, es de bronce, y de tanta ostentación y artificio, que si fuera de oro no hubiera costado tanto . Su custodia es otra torre de plata, de la misma fábrica y modelo ; su trascoro no perdonó piedra esquisita y preciosa a los minerales; su monumento es un templo portátil de Salomón .

He dicho que estaba anocheciendo. De las altísimas ojivas caían largos crespones de sombra. Sólo por la parte del trascoro, que mira á Poniente, los calados rosetones dejaban penetrar alguna claridad melancólica..... ¡No qué religiosa tristeza inundó mi corazón! Allá, á lo lejos, distinguí la moribunda luz de una lámpara que ardía detrás del altar mayor.

Yo estoy aquí para lo demás. Llegó Semana Santa, y Gabriel encontró ocasión para ganarse algunos jornales. Iban a levantar en la catedral el famoso Monumento entre el trascoro y la puerta del Perdón. Era una fábrica pesada y complicadísima, de estilo suntuoso y barroco, que había costado a principios de siglo una fortuna al segundo cardenal de Borbón.

Encontró en el trascoro a don Custodio y no le contestó al saludo; entró en la sacristía y amenazó al Palomo con la cesantía, porque el gato había vuelto a ensuciar los cajones de la ropa. Pasó después al palacio y el Obispo sufrió una fuerte reprensión de las que en tono casi irrespetuoso, avinagrado, espinoso, solía enderezarle su Provisor.

La Iglesia de San Martín es una de las mejores de Teruel, y de orden dórico sencillo; separada de su torre en la memorable guerra de la Independencia, se reconstruyó con el objeto de volverla a unir por Mosen Rafael Perez, prior que era del Capítulo, todo el crucero del trascoro, pero tan perfectamente y tan bien continuado el orden arquitectónico, que es necesario hasta el mas inteligente, que se le advierta la renovación para conocerla: tiene esta Iglesia dos copias bastante bien acabadas de Güercino y Aníbal Caraci, y un retablo en la sacristía de dos cuerpos con cuatro columnas corintias, cuyas pinturas son de Antonio Risquért.

Pero llegaba la ronda y el racimo de pillos se deshacía, cada cual corría por su lado. La ronda la presidía el señor Magistral, de roquete y capa de coro; en las manos, cruzadas sobre el vientre, llevaba el bonete; a derecha e izquierda, como dándole guardia caminaban con paso solemne acólitos con sendas hachas de cera. La ronda daba vueltas por el trascoro, las naves y el trasaltar.