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Todo fue tan instantáneo que la Princesa apenas tuvo tiempo de ver al pájaro, pero su atrevimiento y su hermosura le causaron la más extraña impresión. Pocos días después, la Princesa, para distraer sus melancolías, tejía una danza con sus doncellas, en presencia de los Príncipes. Estaban todos en los jardines y la miraban embelesados.

Ahora ya no se preguntaba para qué había ido a Raveloe; tejía hasta altas horas de la noche para acabar la pieza de lienzo de mesa que le encargara la señora Osgood antes de la fecha prometida, sin pensar en el dinero que se le daría por su trabajo. Parecía tejer como la araña, por instinto, sin reflexión.

Como Margarita, libre de testigos, a solas con Cervantes se encontrase en aquel cenador sombrío, donde la belleza, el silencio y la frescura al amor convidaban, sin reparar en que los que están rodeados de tupido ramaje no pueden tener la seguridad de no ser acechados, como lo eran ellos, y de cerca, porque la celosa doña Guiomar había diputado a su fiel Florela para que observase, los ojos alzó ella sin miedo y los fijó en Cervantes de una manera tan clara, que él se sintió amado hasta las entrañas, y dolorido por doña Guiomar y contra ella irritado, sus ojos fijó en Margarita con no menos vehemencia y fuego que ella en él fijaba los suyos; y fuésele a ella un suspiro, y él con otro suspiro contestó, y así permanecieron algún tiempo, indecisos, sin hablarse, y mirándose tiernamente, y requebrándose con los ojos, que el diablo andaba por allí suelto y tejía ya una maraña que sin desdichas no habría de desenredarse, y cuando fuese peor el remedio que la enfermedad.

El padre fumaba su pipa de tabaco de pota; la madre, en un rincón, tejía cestos de junco; el Capellanet asomábase fuera de la casa, bajo el amplio porche, en el cual iban reuniéndose silenciosos los atlots cortejadores. Los había que estaban allí desde una hora antes, por ser vecinos; los había que llegaban polvorientos o manchados de barro, después de caminar dos leguas.

Papá, siempre a caballo, recorría como un montaraz los campos y los bosques, no asistía regularmente a las comidas y para ninguna de nosotras tenía una buena palabra. Mamá, nuestra bonachona mamá, tejía sentada en su rincón y de cuando en cuando enjugaba sus lágrimas, echando en su derredor miradas inquietas para ver si nadie lo había notado. ¡Ah, , aquella fue una época bien triste!

Sobre todo, su admiración no conoció límites, cuando les armó un fuego contra un árbol y les enseñó otros secretos de la vida de monte. Al cabo de dos ociosas y felices horas de locuras, encontrose tendido a los pies de la profesora, contemplando su rostro, mientras ella, sentada en la pendiente de la cuesta, tejía coronas de laurel con el regazo lleno de mil variadas flores.

Al lado de la señora Laroque estaba sentada una señora que tejía: en su semblante triste y poco gracioso, no pude desconocer á la prima en segundo grado, viuda del agente de cambio, fallecido en Bélgica. La primera mirada que arrojó sobre la señora Laroque parecióme llena de una sorpresa que rayaba en estupor. Me hizo repetir mi nombre. Perdóneme... señor... Odiot, señora...

Antes de la hora de almorzar ya tejía; bien que imperfectamente, ¡ya tejía!... Como primeros ensayos fabricó unas tiras largas y desparejas y unos cuadraditos, aunque sucios de dedos y no sin nudos que acusaban tropiezos y equivocaciones. Inmediatamente quiso comenzar su colcha blanca.

Finalmente, parecíamos tener a destajo la tela de Penélope, pues cuanto él tejía de día, rompía yo de noche; ca en pocos días y noches pusimos la pobre despensa de tal forma, que quien quisiera propiamente della hablar, más corazas viejas de otro tiempo que no arcaz la llamara, según la clavazón y tachuelas sobre tenía.

A pesar del estado de mi ánimo y del abatimiento de mi espíritu, cuando tejía con ella la red de viva plática, recobraba yo mi buen humor de otro tiempo, y me volvía alegre y jovial, y me olvidaba de esas enervantes melancolías que han sido, y acaso todavía lo son, nota sombría de mi carácter; de este carácter mío soñador y lánguido, dado a la pereza y al fantaseo, al delirio vago y a la meditación sin objeto.