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Paro, á pesar de su gimnástica esbeltez de efebos vigorosos, la blusa muy ceñida al talle por el cinturón de la espada y los pantalones estrechamente ajustados delataban las suaves curvas de su sexo. Iban armados con lanzas, arcos y espadas, lo que hizo que Gillespie se formase una triste idea de los progresos de este país, que tanto parecían enorgullecer á la profesora de inglés.

Su imaginación vagaba con vehemencia para hacer algo, matar un oso, partir el cráneo a un salvaje o sacrificarse de alguna otra manera por aquella profesora de rostro pálido y de grises ojos.

Ya Sol ha acabado su colegio; pero para que mi obra no quede incompleta, voy a dejarla en él como profesora, y así ayudará a su madre a llevar los gastos de la casa, y le hemos tomado ya a doña Andrea una casita mejor, cerca del Instituto. Yo espero añadió la señora gravemente, y como si las estrellas no estuviesen brillando en el cielo , que Sol será una buena maestra.

Pero aquí reaparecía el navegante mediterráneo, el Ulises complicado y contradictorio. Se acordó de pronto de las reparaciones de su buque, que debían ser indemnizadas por Inglaterra. «¡Que Dios la castigue... pero que espere un poco!», murmuró en su pensamiento. La imponente profesora se exasperaba al hablar de la tierra en que vivía.

¿No le era fácil robar á la profesora y llevársela al campo?

En una hora de trabajo hacía ella más que otras en cuatro... y bien hecho, no vaya usted a creer. Tiene unas manos de oro para bordar, y para los estudios una comprensión tan rápida que pasma. Hoy, sin agraviar a nadie, se puede decir que es la mejor profesora que tenemos... Hasta en los deberes religiosos se conoce que a esta criatura le ha faltado siempre algún tornillo.

Tocaba el piano como una profesora y se creía una pobre aficionada; dibujaba magistralmente, pintaba lindas acuarelas, frutas, flores, pájaros, paisajes, y no se daba cuenta de sus aptitudes artísticas, ni de que sabía robar a la naturaleza la línea, el tono, la expresión, el ambiente que aisla y destaca las figuras, el rasgo oportuno que anima los objetos, la tinta desvanecida, vaga, vaporosa, que hace resaltar las imágenes sin endurecer los contornos.

¿Y qué navíos son esos?... ¿Cómo unos barquitos iguales á juguetes, con sólo la fuerza de sus velas, van á poder remolcar mi bote, dentro del cual cabe amontonada toda esa escuadra del Sol Naciente?... Gentleman dijo la profesora con sequedad , nuestros buques no tienen velas; eso fué en tiempos remotos. Nuestros navíos navegan á voluntad sobre el agua y por debajo del agua.

Clementina se reía de estos desahogos. Alguna vez llegó su insolencia hasta cambiar la sentencia de la profesora por otra de su invención.

En esto llegó Lucía Moreno, una amiga de ambas; venía acompañada de su profesora, Mlle. Ivonne, que le servía al mismo tiempo como dama de compañía. Lucía era, para Adriana, un ser mucho más interesante que Charito. Muchacha de unos diez y nueve años, elegantísima, alegre de carácter, llena de gracia espontánea, una continua sonrisa le jugaba en los labios y en los ojos negros.