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Esta noche la pasaría en la soledad de la torre, como un hombre primitivo de los que viven acechados por el peligro, dispuestos a matar; a la noche siguiente estaría sentado ante la mesa de un café, bajo el resplandor de los focos eléctricos, viendo carruajes junto a las aceras y pasando por el centro del Borne mujeres más hermosas que Margalida. «¡A MallorcaNo viviría en un palacio: el caserón de los Febrer lo perdía para siempre en el arreglo revolucionario y salvador ideado por el amigo Valls; pero no le faltaría una casita pequeña y limpia en el Terreno u otro barrio vecino al mar, y en ella la compañía y los cuidados maternales de madó Antonia.

Como Margarita, libre de testigos, a solas con Cervantes se encontrase en aquel cenador sombrío, donde la belleza, el silencio y la frescura al amor convidaban, sin reparar en que los que están rodeados de tupido ramaje no pueden tener la seguridad de no ser acechados, como lo eran ellos, y de cerca, porque la celosa doña Guiomar había diputado a su fiel Florela para que observase, los ojos alzó ella sin miedo y los fijó en Cervantes de una manera tan clara, que él se sintió amado hasta las entrañas, y dolorido por doña Guiomar y contra ella irritado, sus ojos fijó en Margarita con no menos vehemencia y fuego que ella en él fijaba los suyos; y fuésele a ella un suspiro, y él con otro suspiro contestó, y así permanecieron algún tiempo, indecisos, sin hablarse, y mirándose tiernamente, y requebrándose con los ojos, que el diablo andaba por allí suelto y tejía ya una maraña que sin desdichas no habría de desenredarse, y cuando fuese peor el remedio que la enfermedad.

Los peligros de toda clase hormiguean en el mundo y nos vemos acechados constantemente por un enjambre de enemigos que espían nuestros pasos para caer de improviso sobre nosotros al menor descuido.