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Su última sonrisa se había inmovilizado, convirtiéndose en una mueca fría y lúgubre. Ra-Ra levantó uno de los brazos de su amada, y el brazo volvió á caer con la inercia de la muerte. Entreabrió sus párpados, y sólo pudo encontrar un globo vidrioso y empañado, del que había huído toda luz. ¡Ha muerto, gentleman! gritó llorando como un niño.

Entreabrió a punto la mampara un paje, asomó la cabeza, y dijo a su señora que el familiar del Santo Oficio que había estado antes, había vuelto, y que decía que por la señora era venido; y doña Guiomar mandó le llevasen al estrado, y que le rogasen que allí esperase.

Al cabo de buen rato de espera, se entreabrió la puerta del gabinete y escucháronse las frases de cortesía de dos personas que se despiden. La señora que se marchaba cruzó la sala con una hermosa niña de la mano y se fue dando las buenas tardes. El doctor Ibarra asomó la cabeza calva y venerable, diciendo en tono imperativo: El primero de ustedes, señores.

El encanto quedará deshecho en el acto, el Kan de Tartaria morirá de repente, y el Príncipe de la China, no sólo poseerá el celeste imperio, sino que heredará asimismo todos los kanatos, reinos y provincias, que por derecho propio posee aquel encantador endiablado. Apenas el ermitaño acabó de decir estas palabras, hizo una mueca muy rara, entreabrió la boca, estiró las piernas y se quedó muerto.

Me retiré, pues, y en el corredor, una puerta se entreabrió para dejarme ver el lindo rostro de Presentación y una blanca manecita que me saludaba. Poco después entraba en casa de doña Flora. Después de enterar a la condesa del resultado de mi visita, dije a Inés: Asunción vendrá aquí. Ahora salía con D. Paco. Un momento después, Asunción entró y las dos amigas se abrazaban llorando.

El recuerdo de su tierna novia, pura y riente en la cama de que se había destendido una punta para él, encendía la promesa de una voluptuosidad íntegra, a la que no había robado ni el más pequeño diamante. A la noche siguiente, al llegar a lo de Arrizabalaga, Nébel halló el zaguán oscuro. Después de largo rato, la sirvienta entreabrió la vidriera: No están las señoras.

Sobre su fisonomía, blanca como la cera, volví á hallar repentinamente la exquisita dulzura y la gracia delicada, que el sufrimiento había desterrado poco antes; el ángel del eterno reposo extendía visiblemente sus alas sobre aquella frente apaciguada. Caí de rodillas: ella entreabrió los ojos, levantó penosamente su cabeza desfalleciente y me dirigió una larga mirada.

Su boquita de ángel se entreabrió un momento para dejar escapar su secreto, como deja escapar una flor su fragancia, y de nuevo tornó a bajar los ojos, poniéndose más y más encarnada, y guardando silencio, con una cándida sonrisa dibujada sobre los labios. Pero, tontita, ¿no lo adivinas?... Es que se acabó ya el colegio, que te vas a venir conmigo.

Conjurado el ataque cerebral por medio de violentos revulsivos a las piernas, el médico le fué aplicando vejigatorios en diversas regiones del cuerpo. ¿Qué se le ofrecía, señorito? dijo la doncella entreabriendo la puerta. Haga usted el favor de llamar a la señorita. Al cabo de un momento, la criada entreabrió de nuevo: Que viene al instante. El joven esperó.

El tiempo todo lo vense afirmó con profético acento la comadre, cogiendo una hilera de puntos que se le había soltado al reír. Siguió Amparo calle adelante, y llamó al tablero de Carmela la encajera; pero con gran sorpresa suya, en vez de abrirse este, se entreabrió la puerta interior que comunicaba con el portal, y se asomó Carmela animada, encendida la tez y con un júbilo nunca visto en ella.