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Actualizado: 20 de septiembre de 2025
Al ver un rinconcito en que la nieve había cuajado en más abundancia, circundado de alto seto de rosal donde los árboles dejaban pasar por entre sus brazos, delgados hilos de luz, la generala se detuvo sorprendida y cautiva; un pensamiento extravagante cruzó por su cabeza y una sonrisa entreabrió sus labios.
Fueron tres flores bellas en un rosal brotadas Que al ostentar ufanas su grato rosicler, Cruzaron por el cielo nubes encapotadas Y el viento tempestuoso las arrancó al nacer. Fueron tres gotas de agua lloradas por la noche En el virgíneo cáliz de la fragante flor, Y que al brillar el dia, cuando entreabrió su broche, Se evaporaron todas al matinal calor.
En medio del silencio nocturno que parecía cernerse sobre la casa, se oía claramente el murmullo de los cercanos pinos como arpas eólicas tañidas por el viento. Vamos, no seas así, padre, pues pronto me voy a poner bueno. ¿Qué hacen esos hombres ahí fuera? El viejo entreabrió la puerta y miró distraídamente.
Poco después, entreabrió lentamente la boca, y una sola sílaba, pronunciada con fuerza, como por otro ser invisible, una sílaba que era todo un inmenso dolor, resonó en el silencio: ¡Sí! dijo don Íñigo. Y fue un sí espectral, lúgubre, un largo sí de otro mundo. Ultimo aliento, última burbuja de aquel espíritu que se hundía para siempre en el mar de la eternidad.
Así permaneció sin osar mover un pie, la faz blanca, los ojos anegados en gozo extático como si estuviese en un baño tibio y perfumado. Súbito dio un paso atrás, corrió a la puerta del gabinete, la entreabrió, asomó la cabeza y escuchó. Dª Josefa seguía en la cocina. La cerró nuevamente y volvió en puntillas a la alcoba. Detúvose un instante, y avanzó después hasta tocar en la cama.
De pronto, sintió pasos en el cuarto; entreabrió los ojos y creyó reconocer a su hermana, y con voz somnolienta le dijo: ¿Sabéis?... lo amo. Chit... ¡Dormid, dormid! Duermo, duermo. Y se durmió en realidad; mas no tan profundamente como de costumbre, pues a las cuatro de la mañana despertose sobresaltada por un ruido, que la víspera no habría turbado absolutamente su sueño.
Íbamos a levantarnos de la mesa, cuando entreabrió la puerta Susana y metiendo la cabeza por la abertura, nos dijo con arrogancia: He hecho café; ¿lo traigo? Quién te ha mandado... comenzó mi tía. Sí, sí dije interrumpiéndola con vehemencia, traelo en seguida. Yo la hubiera abrazado de buena gana por tan feliz idea; pero mi tía no compartía mi opinión.
Se apeó delante del teatro y despidió el coche, y usando de su privilegio de autor entró sin detenerse en la taquilla. Había comenzado ya el acto segundo. Se acercó a la puerta central de las butacas, la entreabrió y echó una rápida mirada a los palcos. En seguida le vio. Había dos señoras en primer término y él con otro caballero detrás de ellas.
A esta pregunta, una débil sonrisa entreabrió los labios desdeñosos de la señorita Margarita, y el arco prolongado de sus cejas se extendió ligeramente, después de lo cual, aquella fisonomía grave y soberbia volvió de nuevo á su reposo.
De improviso, el señor Aubry pareció salir de su sopor, paseó a su alrededor una mirada vaga, y una tenue sonrisa entreabrió sus labios secos.
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